Y entonces fue cuando un ser desconocido se deslizó por la oscuridad del cuarto, como si ya fuera parte de aquella tiniebla. No tuve tiempo de gritar ni reaccionar y lo tuve frente mío en poco tiempo. Miré directamente a sus brillantes ojos oscuros, sentí sus manos que estaban congeladas y dejé de moverme. Mandé a mis piernas que me ayudaran a levantarme pero no me moví, traté de gritar pero solo salió un débil sonido. Tiesa como una estatua, sintiendo mi corazón que se salía por mi garganta, fui testigo de como el ser me levantó un poco sin esfuerzo y acercó su rostro perfecto al mío. Me miró una vez más y descendió hasta mi cuello, donde comenzó a buscar la palpitante yugular con sus dedos y una vez que la encontró, sentí que se reía disimuladamente, emocionado por su descubrimiento.
Ferozmente pegó sus labios fríos como un témpano hasta ella y se paseó, como un patinador sobre hielo. Comencé a jadear de la sorpresa, del miedo, de todo lo que ocurría, pero al ser no le parecía importar.
Hizo presión contra mis brazos y su boca subió hasta detrás las orejas, luego descendió hasta mi garganta y comenzó a acariciarla con sus labios.
Vi que sonreía.
Su gélida mano me cogió del cuello suavemente y comenzó a bajar hasta llegar al corazón que palpitaba como si fuera a salirse. Se agachó de nuevo y dejó un rastro de su frío aliento nuevamente en mi yugular. Me acostó y me besó cerca de los labios, sin tocarlos completamente.
En ese momento caí hacia un costado, como si me hubieran antasteciado.
El ser me cubrió con la sábana que él mismo había descubierto y desapareció entre las sombras.
Y así terminó su visita nocturna, con un beso frío como el hielo y una caricia que en la mañana aún podía sentir.
El ser no ha vuelto aún.
Pero se que lo hará.
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