lunes, 20 de julio de 2009

Piernas Cubanas

Había vivido en aquel barrio de calles estrechas desde que tenía memoria. Donde habían callejones decorados con plantas en las entradas que ya estaban marchitas, bares mal iluminados y puestos de comida ambulantes. Y qué decir de los músicos ambulantes que había en la esquina, a unos pasos de la casa de José, un mocoso de 15 años. Uno de los pocos que vivía en casa, por eso los demás del barrio lo consideraban adinerado o algo parecido, a comparación con los callejones donde ellos vivían, la casa de los Espinoza era un palacio.
Pero lo mejor del barrio de la Habana no era el hecho que había cerveza por todos lados, tampoco que la gente danzara en las calles gracias a los músicos ambulantes, que se encargaban de cantar los éxitos de Lavoe y Colón. No. Lo mejor del barrio era Eva.
Eva era una muchacha esbelta, alta, de protuberantes pechos y un rostro casi divino.
Lo que más llamaba la atención de ella no eran aquellas cosas, ni tampoco su risa estruendosa ni sus jergas. Lo más llamativo eran sus piernas.

Perfectas desde el ángulo desde el que las viese, depiladas, suaves, morenas y largas. Piernas cubanas, que era su sobrenombre en aquel barrio.
Ya muchas veces los músicos ambulantes le habían dedicado canciones, le silbaban cada vez que paseaba por las calles y por el malecón, con sus faldas cortas, mostrando toda su belleza.
Y claro, José estaba ahí.
Le hablaba muy poco, a penas la miraba hipnotizado cuando paseaba en bicicleta y la saludaba con una sonrisa nerviosa. Eva le devolvía la sonrisa, mostrando sus blancos dientes que resaltaban con lo oscuro de su piel. Ella vivía en el callejón La Virgen que no estaba muy lejos de la casa de José. En uno de esos lugares escondidos, un poco más lejos, vivía Miguel. Un pendejo que se la pasaba todas las mañanas haciendo barras y corriendo todo el malecón una y otra vez, el enemigo número uno de José, pues ya varias veces le había pedido a Eva para ser pareja y ella, lo había mandado a volar.

Una vez hubo una fiesta por la noche en la cuadra. Los músicos ambulantes salieron y comenzaron a tocar Te Conozco Bacalao haciendo que el barrio vibrara. Los niños salieron de los callejones a bailar, Piernas Cubanas estaba usando una falda blanca que volaba cuando daba vueltas al ritmo de la canción. Los amigos de Miguel sacaron las botellas de cerveza y José pensó que ya era momento.

-Evita... ¿Me permites?
-Ya era hora Josefito. Que me tenías esperando.

José la tomó de la mano y comenzaron a bailar. Todo el barrio comenzó a silbarlos y carcajearse. Era de esperar que todo el mundo supiera que José amaba a Eva con locura.

Los músicos ambulantes le dedicaron un verso de apoyo mientras cantaban. Entonces pararon y comenzaron otra canción, La Murga De Panamá a lo que Eva sonrió pícara y comenzó a bailar la famosa salsa seductora que era muy popular allá en La Habana. El barrio se llenó de silbidos y fiesta, mientras José se encontraba en el cielo, con las manos en la estrecha cintura de aquella simpática cubana, oliendo el perfume que su melena enrulada y larga emanaba.

Cuando terminaron, Eva se despidió de José con un beso en la mejilla y uno de sus primos pequeños la sacó a bailar, dominado por la emoción.

Jorge, un amigo suyo se acercó a felicitarlo con una palmada en la espalda y una botella de cerveza, pero entonces Miguel se acercó con todo su grupo, desafiante y siempre arrogante.

-Oye Josefito, no me venga acá con juegos. Que ya sabes que Eva es mía desde siempre.
-Eva jamás ha sido tuya, por si sabías- respondió José, tomando fuerza -Así que no me moleste.
-No joda cabrón que ahorita nos la arreglamos...
-¡Eh! ¡Eh! Ya basta pendejos ¿Qué carajo les pasa?- preguntó Jorge interponiéndose entre los dos -¿Que no ven que estamos teniendo una fiesta? Peleándose como salvajes no consiguen nada.
-Se 'uen amigo y dile a tu compadre que deje a Eva, entonce'- replicó Miguel.
-Jamás- José estaba firme en lo que decía -No la vo' a dejar porque la amo ¿Entendió?
-¿Y qué te hace creer que Eva va a estar con un cabrón adinerado como tú? No te me hagas el imbécil que bien sabes que todo el barrio piensa que solo eres un platudo comebola, solo porque tu viejo le besaba el culo a los gringos si no fuera por él qué 'arajo sería de tu infeliz vida, 'arón. Que el gobierno se lo llevó por traidor pende'o...
Pero José no soportó más y se abalanzó sobre Miguel como una fiera, dándole un golpe fuerte en la cara que lo tumbó en un segundo.
Jorge comenzó a gritar y tratar de separarlos junto con los amigos de Miguel, que estaban pasados de trago y apenas podían moverse.

-¡Carajo, José! ¡Pero qué demonios te pasa! ¿Quieres montarte un numerito frente a todo el barrio?- le preguntó Jorge, muy enojado mientras se retiraba con su amigo, dejando a Miguel arreglándose la nariz en el suelo.
-Nadie se mete con mi señor viejo, Jorge- respondió José -Y ese cabrón de Miguel aún no se las ha vi'to conmigo, ahorita vuelvo y lo dejo tumba'o.
-¡Ya cállese, hombre! Ya... volvamo' a la fiesta que ahorita comienzan a sospechar.
Y esa noche José bebió y se divirtió hasta las 2 de la mañana, entre botellas de cerveza,canciones de Lavoe y Arroyo, risas y miradas tímidas que Evita le mandaba de vez en cuando, con sus enormes ojos cafés brillando en la oscuridad.
A la mañana siguiente, José se quedó durmiendo en el sofá de su casa, tumbado por tanto licor que había tomado. Eran las 8 cuando sintió que alguien tocaba la puerta. Fue a abrir, tambaleándose y encontró a Piernas Cubanas, sonriéndole.

-Josefito, vamo' a pasear ¿Quiere?

Y así, sin ser muy consciente de lo que hacía, salió del brazo de Eva que lo ayudaba a caminar. Andaron juntos hasta el malecón, inundado de una suave bruma y donde el sol ya comenzaba a brillar con intensidad.
Eva se sentó en la baranda, cruzando sus coquetas y siempre divinas piernas, mientras José solo le sonreía, sin creer lo que ocurría. Entonces la joven se bajó de un salto y enredó sus morenos brazos alrededor del cuello de José, para luego besarlo con sus carnosos y colorados labios que sabían a fresas frescas. El chico no supo primero que hacer y luego le devolvió el beso con torpeza.

-Josefito... yo escuché ayer lo que el tara'o de Miguel le dijo y vi también qué rapidito le sacó el carajo. ¿Sabe qué, Josefito? Yo siempre contigo... ya sabes como que he sentido cosas... y ayer cuando me sacó a bailar me sentí como volando ¿Sabe? Y bueno pue'... lo quiero mucho Josefito. Y eso que dijo el 'endejo de Miguel pue' que fue una mentira de mierda. Su padre era un hombre bien juto' y recto, un cubano de corazón así que ni lo escuche a ese Miguel.
José le sonrió y la rodeó con sus brazos.
-Gracias, Evita. Yo también la quiero mucho, desde siempre la he querido y pu'e... estoy muy feliz de tenerla finalmente. Y eso de Miguel, bueno... como están las cosas acá en Cuba se llevan a las personas siempre y pue' a mi padre le tocó... era solo una persona que decía lo que pensaba con canciones y con historia' maravillosas. Pero en fin, Evita... gracia' por todo lo que me dice. Esta' bendita, piernas cubanas de mi corazón.

Eva besó nuevamente José, en aquel malecón a solo unos pasos de su barrio de La Habana. Fueron pareja y bailaron juntos hasta que se casaron tiempo después. Dejaron a su Cuba querida para viajar a los Estados Unidos, donde José tuvo un trabajo decente y todas las vacaciones volvían a la Habana, donde no quedaba casi ningún personaje de sus infancias ni de sus adolescencias.
Lo que jamás perdieron fueron esas ganas de seguir adelante, de tener esperanza en su Cuba amada y esa energía con la que bailaban siempre, sorprendiendo a los gringos que sabían poco o nada de la divina salsa que había nacido con José y Eva, allá en su barrio, cerca del callejón La Virgen.
Y así fue.
Piernas Cubanas finalmente encontró el amor.
Y estuvieron juntos así.
Por el resto de sus vidas.
Y en lo profundo de sus corazones que la verdad, siempre iban a pertenecer a Cuba.

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