sábado, 11 de julio de 2009

Escena Frustrante De Algo Común

Se había arreglado. Ella no quería ir a la fiesta, pero lo hacía por la posibilidad de algo que quizás no funcionase. Daba igual... si su plan se arruinaba tenía un teléfono para llamar a su padre y que la fuesen a recoger en el auto. Se vio en el espejo. La falda negra, la blusa un poco escotada, el cabello ordenado... pero lo que más le llamó la atención fueron sus piernas desnudas, bien formadas, depiladas y suaves, luciéndose.
Se perfumó hasta que la nariz comenzó a molestarse y la dejaron en la puerta de la casa. Entró, y en cuando lo hizo decenas de ojos curiosos, sorprendidos, envidiosos y crueles la siguieron, los comentarios saltaron, sus amigas la saludaron y sus amigos la miraban en silencio, concentrados en la esquina del lugar.
La fiesta comenzó en poco rato.
Todos o por lo menos la mayoría estaban en la pista de baile, las que no estaban ocupadas satisfaciendo chicos como ella, bailaban entre ellas, conversaban tratando de ignorar la sensación de estar siendo rechazadas. Tomó gaseosa, comió unos bocadillos y miró su reloj.
Solo había pasado una hora.
La música no paraba, olía ligeramente a trago y humo creado por una maquinita de efectos para fiestas. Comenzaba a sofocarse así que salió a tomar un poco de aire.
Sintió el viento frío en sus piernas y se puso su abrigo, intentando convencerse que su plan no estaba tan destruído... inútilmente.
Y entonces sucedió.
Lo vio acercarse, inocente de lo que causaba, vestido normalmente, con una que otra sombra que le seguían, conversando.
Se quedó paralizada, congelada en aquel lugar. La música dejó se sonar, el humo desapareció igual que el aliento dentro de ella. Antes que pudiese pasar algo, entró de nuevo al lugar, cubriéndose una boca con la mano, tratando de controlar la compulsiva forma en la que estaba temblando.
Y él entró también. La vio, cuando ella no se estaba dando cuenta. Cuando giró, vio que le miró las piernas y luego sonrió ligeramente, para después seguir hablando con sus amigos.
Salió corriendo, entró al baño de la casa y se apoyó en la pared, dándose cuenta que estaba llorando desenfrenadamente, arruinando el poco maquillaje que tenía encima. Se desahogo a gritos, sabiendo que nadie la escucharía. Se lavó la cara y calmó su voz. Llamó a su padre, diciendo que quería volver a casa porque se sentía mal y esperó en algún lugar lejano de las personas y de él a que alguien fuese a avisarle que la estaban buscando en la puerta.
Minutos después estaba en casa, solo le dijo a su papá que le dolía la cabeza y esa noche, sola en su cama, con los oídos adoloridos y los ojos aún rojos... supo que había sido una víctima nuevamente.
Víctima de otra escena frustrante de algo tan común como sentirse intimidada por la presencia de él. Por temblar, por llorar de aquella forma y no haber tenido el valor de ir a saludarlo ni decir ni una palabra.
En el vacío de una noche que para ella terminaba y para otro comenzaba, apagó la luz y se volvió a acostar, cerrando los ojos.
Sintiendo la última lágrima de un sábado doloroso.

1 comentario:

José Ángel Gómez Fernández dijo...

Me ha encantado este relato, trasmite muy bien los sentimientos, muy bien redactado. En cuanto al argumento, más cobarde fue el chico que solo se atrevió a sonreir. Un saludo.