miércoles, 15 de julio de 2009

Mörder

Vio a su alrededor. Olía a azúcar y perfume francés.
Criaturas de cuerpos menudos, descanzando sobre lechos delicados.
Con la piel casi transparente, inaudibles mientras dormían.
De labios sellados y mortales, de manos suaves e inmóviles.
Como princesas de cristal coloreado, hundidas en un lugar tan triste.
Una de ellas abrió sus ojos, mostrando dos brillantes lagunas de brea.
Se acercó, casi flotando hasta el hombre que la observaba, petrificado.
Lo rodeó y le tocó una mejilla con su fría y suave mano.
Esbozó una sonrisa que hizo juego con la sorpresa del extraño.
Paseó su cuerpo de sirena oscura, dando vueltas al rededor de él.
Comenzó a reírse y las demás criaturas se levantaron, flotando sobre la superficie.
Como sábanas blancas, se acercaron al hombre y le acariciaban.
Se reían, niñas curiosas. Sus cabellos que olían a flores embriagaban.
Sus voces melodiosas que no decían casi nada eran música a los oídos del hombre.
Y una de ellas se acercó, mucho más que sus compañeras.
Le dejó un rastro de su frío y dulzón aliento en el rostro del extraño, sonriendo.
Una de sus manos se transformó en una filuda garra.
Tocó el vientre del hombre, atravesándolo con sus afiladas uñas negras.
El cuerpo inerte del desafortunado cayó en el suelo.
Sonriendo, las pequeñas criaturas se agacharon.
Y usando sus garras y dientes ocultos y puntiagudos
Se alimentaron de él.

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