viernes, 17 de julio de 2009

Avenida La Vida

Cruzo la puerta de mi casa y observo conocidos rostros que han estudiado en la escuela más dura y drástica de todas, la escuela de la vida.
Veo al tipo que limpia autos todos los días, con collar que le dieron en la cárcel moviéndose en forma de vaivén, mientras su esposa y sus dos hijos están sentados, no muy lejos, en la escalera de un edificio, al lado de unas cabinas de Internet.
Suele oler siempre a humo, porque las chimeneas de los restaurantes no están bien cuidadas y todo es muy asfixiante. La ropa siempre suele volverse gris por estos lugares.Las calles siempre tienen algo que las vuelve monstruosas, si no es la basura o la mugre de los autos que se estacionan en ella, son la enorme cantidad de personas que caminan de un lado a otro. Gente trabajadora, vagos, alcohólicos, drogadictos (o como les llaman aquí, los pastrulos), gente religiosa, policías, ancianos y estudiantes.
Cuando el sol cae, el movimiento se queda.
Las calles se llenan de luz, el olor a mariguana no suele sentirse mucho a menos que pases por la entrada de ese edificio. Unos tipos pasan con sus patinetas todo el día haciendo un ruido muy gracioso hasta que finalmente todos los negocios cierran, menos el casino de al costado y las calles se quedan casi vacías.
Si no fuera por los autos del casino y los hombres que siempre paran fumando y riéndose frente a la casa, con sus botellas y sus cajetillas de cigarros. De vez en cuando en la madrugada pasan autos a toda velocidad con música a todo volumen, o se ve a sombras caminar hacia un rumbo desconocido, en pocas ocasiones a personas durmiendo en la entrada de algún local descuidado.
Pese a todo, es costumbre.
Este lugar ha sido lo mismo desde que llegué hace 14 años y 4 meses.
Y se que será lo mismo hasta que me llegue la hora de partir.
Para mi barrio.
Mi barrio de siempre.

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