He aprendido que tengo la capacidad de quedarme en un solo sitio sin dificultades.
Porque subí hasta la azotea, donde nadie (a menos que preste atención a mi techo) de la calle me puede ver y ahí fue donde me quedé.
No tenía un punto de vista fijo. El negro cielo infestado de humo y nubarrones grises que a penas se ven nunca había estado tan bello y al mismo tiempo hostil como hoy.
Abajo estaban las personas de siempre.
Los que venden golosinas que suelen ser ignorados.
Los adictos al tragamonedas que no se van hasta que amanece.
Los que venden golosinas que suelen ser ignorados.
Los adictos al tragamonedas que no se van hasta que amanece.
La gente con sus propios problemas, indiferente a lo que pase a su al rededor, porque siempre van a ser ellos primero y no tengo nada en contra.
Y así podría pasar la noche entera.
Y así podría pasar la noche entera.
Muriéndome de frío y observando como la ciudad muere en la noche y vive cuando llega el mediodía.
La calle puede morir y revivir nuevamente.
Si yo me muero, no hay nada que me haga regresar.
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