Federico tiene mucho dinero. Su papá es dueño de grandes empresas, estudia en una universidad excelente y se supone que su vida es un sueño hecho realidad. Hace un par de semanas nos reunimos en un café después de mucho tiempo de ausencia. Federico tomaba de su taza con las mas temblorosas, la piel pálida y el rostro demacrado y yo me atreví a preguntar si sus problemas se habían solucionado. Fue entonces que se echó a llorar y lo escuché decir que era un desdichado y que deseaba morirse, pero no tenía el coraje para darse por vencido.
Recordé entonces a Cristina y comprendí que nada había mejorado desde que abandoné su historia. Federico y Cristina habían sido amigos, aunque él era de oro y ella de madera, Federico tomaba vodka y Cristina cerveza, Federico iba a la universidad con su chofer, Cristina tomaba el micro.
Ella fumaba mientras me explicaba los problemas de todos los días y cómo odiaba a esa gente engreída que tiene mucho dinero, que tiene casas por todos lados, que hace fiestas los fines de semana y viven frívolamente, como sanguijuelas, succionando la belleza de las cosas para transformar todo en materia, en objetos.
Siempre creí que una deuda del karma hizo que Federico se enamorara de aquella estudiante de Ciencias Políticas que sus padres jamás considerarían una pareja ideal. ¿Habría sido su fuerza al hablar y defender a los menos escuchados? ¿Quizás su piel oscura y su mirada tan fija? Federico, tan acostumbrado a lo rubio, a lo vacío, a lo material, se chocó con una realidad que no conocía.Se enamoró de Cristina y por un momento creí que fue amor... hasta que lo vi morir de a pocos y me convencí que lo era.
Le compraba collares que ella regresaba con educación, la invitaba a restaurantes caros y ella aceptaba, porque quizás podría suceder, Cristina, con sus ojos de noche y su sonrisa de luna llena, se entrelazó a Federico y por un momento creyó que podría suceder.
Una reunión con su familia rompió la esperanza en vidrio sangriento cuando se dio cuenta que aquellas personas jamás comprenderían. Creían que la gente pobre era desagradable y no merecía ser ayudaba, olvidaban a su país porque allá afuera todo es mejor y Federico asentía, se reía, todo está bien. Esa noche Cristina salió corriendo indignada y llorosa; fue una cachetada la que descansó en la mejilla de Federico cuando la fue a buscar. "¡Eres un hipócrita y un mentiroso!" le gritó Cristina "¡No tienes corazón! ¡No eres más que un monstruo! ¡Te odio, Federico! ¡Te odiaré siempre!"
Y fueron las últimas palabras que pudo escuchar, porque media semana después se mudó de la ciudad y nadie volvió a saber de ella.
Hace un par de semanas vi a Federico llorar desconsolado, enfermo, al límite de la muerte.
"Lo he perdido todo" me dijo, limpiándose el rostro con las manos "Ella de ha ido, Bárbara, y yo lo he perdido todo"
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