Yo, con mis poemas de hojas secas y ramas sin nombre, no tengo ya fuerza para cerrar los ojos y dormir sin antes pedirle a Dios que cuide tus sueños, ilusiones y pasos despreocupados. No tengo fuerza para arrancar de raíces de poesía que ha dejado su semilla abandonada.
Cómo puedo seguir hacer poema alguno, si ningún verso puede describir la belleza de tu voz perdida en los espacios estrechos, en los cielos abiertos, en los paseos silenciosos en donde un término podría romper el cristal de la tranquilidad. Cómo puedo hacer un desdichado soneto, si ni sangre de tinta o tinta de sangre puede describir el trémulo beso, que guardado en la caja de los calendarios se queda esperando a un agujero de polilla para volar hasta descansar en las salas solitarias, mi corazón convulso con el milímetro perfecto de tu piel contra la ruina de mis manos y mi desdicha, mi falta de escarchas primaverales.Qué puedo hacer, vida mía, si ya no hay estrofa que abrace las emociones ni tinta que libere cada sensación lozana de primera mañana, cuando hace frío y te encuentro, abriéndote paso entre la niebla en la que mis ojos cansados siempre pasean.
Yo, con mis versos al aire y mi humana necesidad de abrazarte porque temo que al día siguiente no esté alguno de los dos, yo con mis silencios peligrosos y mi miedo absurdo de molestarte, si es que hay algo que logre hacerlo, que no sea la mentira.
Yo, que le hablo por las noches a tu fantasma y escucho respuestas que no has pronunciado, manos que no descansan a mi lado y le doy las buenas noches solo a un recuerdo, a las alucinaciones amorosas, dementes, de tus ojos cerrándose en la belleza del sopor, como en las tardes de vacaciones en donde me embriagaba silenciosamente de tu paz.
Yo, que te quiero tanto, con mis versos débiles y mis risas extrañas, con mis gestos bruscos y mi búsqueda de la tibieza de tus palabras en medio de mi membrana invernal...
Pienso en ti, aunque no te lo diga.
Te extraño todo el tiempo.
Extraño todo el tiempo de ti.
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