martes, 11 de octubre de 2011

Equilibrio

Nunca imaginé que esa chica pequeña de cabello maltratado y rostro tan serio que subía las escaleras de la clínica pudo haber tenido toda una historia detrás. Sus audífonos violetas en las orejas pequeñas, las piernas cortas, la camisa despreocupada a rayas y el rostro inexpresivo, frío, con un secreto que me cautivó desde el inicio.
No observaba a nadie y sin embargo todos giraban a su pasar ¿Por qué? ¿Qué clase de misterio inexplicable podría tener esa simple y siniestra figura? No me lo expliqué jamás y nadie me hizo el favor de numerar los porqués. 
Escuchaba Arctic Monkeys y leía una novelita poco conocida de algún autor europeo. Acariciaba las páginas como si de verdad pudieran sentir, de vez en cuando se pasaba la mano por los ojos y sonreía, quizás por las bromas de humor negro que ocultaba su libro. Salió una enfermera, anunció su nombre por el pasadizo y ella se levantó, entró al consultorio y dejó atrás un haz de luz tenue, muy triste.
Adentro el doctor la abrazó con cariño y le pidió que tomara asiento. El resultado era positivo, eso ya lo sabía desde hace mucho tiempo y no tenía la mínima intención de llorar por lo sucedido. Ni una sola lágrima de sus ojos negros y solitarios, ni un gemido en la mitad de la noche ni una llamada en la madrugada a mamá, ni a sus amigos, ni a mí.
Un año de vida era muy poco tiempo. Las semanas pasan volando, las horas se hacen cortas, la gente corre por las calles y ella caminaba sin prisa, sin pena, todo le daba igual. ¿No podía acaso ver que su sangre se moría con el tiempo y que yo la observaba decaer? Sus cabellos cayéndose, su piel empalidecer, su sonrisa cada vez más ausente. ¿Por qué jamás me lo dijo? ¿Por qué ese miedo a contarme que se moría de a pocos, como los árboles en el otoño?
Decidió crear la mentira que no me amaba más y que estaba muy triste. "Nuestro amor rompió mi corazón y detuvo el tuyo", recuerdo a veces que era una de sus frases favoritas.
Extraño, ahora que ya está muerta, sus brazos, aunque estuvieran llenos de cicatrices y marcas, sus manos, aunque fueran secas como desiertos y su boca, que jamás tuvo imperfección alguna.
Debí de haber estado ahí.
Durante ese tiempo, debí de haber hecho algo más que abrazarla y besarla, que darle los buenos días y las buenas noches y regalarle cosas todo el tiempo.
Simplemente... yo debí de haber estado ahí.

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