¿Te molestaría que te abrace en lo que queda del día? Oh, a veces me pregunto si te molestaría que me duerma en tus brazos por un momento, solo por unos minutos, sin que nadie me moleste, sin miedo a los minuteros ni a los timbres.
Perdona si pido permiso para todo, no es una consecuencia de una educación estricta, si no el efecto de siempre actuar con un miedo resguardado.
¿No te he dicho que casi todo me da miedo? Miedo desde siempre, a todo, poco a poco me lo voy quitando y debo de agradecerte.
Qué extraño de mi parte. No mirar a las personas a los ojos, qué extraño de mi parte y al mismo tiempo qué usual, qué nuevo, qué curioso es hablarte y no perderme en tus lagunas nocturnas, ambas tan profundas, la derecha coloreada de un rojizo atardecer.
A veces cuando nadie se mueve y no hay quien moleste el silencio que me has enseñado a apreciar, me quedo mirando las paredes y parece que salieran voces extrañas. No creo que sea algo para asustarnos, no estoy demente, no en ese sentido.
Y son muchos de tus murmullos tibios en mi oreja, tu naufragio en mi cuello y la luz pálida de la sala que poco a poco cobra fuerza, aunque a veces desearía que se apagara para siempre, que descansara por un buen rato y me dejara en paz.
Pero el punto fue y en realidad es, que soy un caso extraño, una clase de jeroglífico y cuando escucho el oleaje de tu pecho me pongo a pensar en que tengo una solución. ¿La has encontrado? ¿Me la compartirás algún día?
Hoy día perdió Perú, poeta, y no pude ver los pocos goles que hicimos ni tampoco pude escuchar tu sobresalto a distancia. Cuando salí de mis clases estaba lloviendo sobre la ciudad y me acordé de ti y de mí, del frío y del calor, de las vacaciones más largas de mi vida y de nuestras despedidas que nadie jamás ha presenciado.
¿Te molesta que piense en ti, poeta? Oh, a veces me pregunto si te molestaría que pensara en ti por un momento, solo por unos minutos, sin que nadie me moleste, sin miedo a los minuteros ni a los timbres.
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