Si ella tan solo lo supiera. Si lo supiera, sería más fácil hablarle sin que me tiemblen las manos, sin desviar la mirada de sus ojos de sombra, sin quedarme sordo y perderme en su voz, aunque a veces ni siquiera escuche lo que me está diciendo. Me gustaría no solo que lo supiera, si no que lo entendiera.
Que me escuchara y dijera que sí, que sonría como nunca sabe hacerlo y se ría con su risa loca que carece de discreción y delicadeza, es la risa de la música en su estado desnudo, borroso. Entonces dejaría que la tomase de la mano e inhala su fragancia de imperfecciones, que me perdiera por unos momentos en los nudos bruscos de su cabello maltratado, la tosquedad de sus manos milagrosas de artista y así pasar tanto tiempo, por muchas horas, por todos los años que su luz o quizá su oscuridad, sobreviva.
Me gustaría que confiara en mi como confía en las cosas. Que me mirara con la ternura con la que mira a los niños correr, que me sonriera como le sonríe a las sinfonías y a los valses que escucha por las noches, que se ría de mis comentarios como se ríe de sus libros gruesos y con el dulzón de lo viejo.
Que me ame.
Estamos tan alejados, en ese sentido, tan pero tan distantes, como un contraste. Ella es mi música, mi idea de la felicidad y su lejanía, la encarnación de la muerte en su estado más crudo, más monstruoso.
Y sin embargo, yo estoy pensando todo el tiempo. Pienso en cómo sería la vida juntos, ella con su música y yo con la mía, viviendo las horas como el corazón siente los pentagramas, como los ojos se devoran las notas. Verla feliz todo el tiempo. Feliz como cuando toca y escucha y en la habitación resuena el eco feliz de su órgano de colibrí, corazón pequeño, frágil, galopante y que quizás yo, desde mi lugar, jamás llegue a tocar.
Si ella tan solo lo supiera, si supiera que la sueño, que la toco sin ponerle las manos encima, que cuando la observo, son solo las pinceladas de un ángel lo que veo, son los vientos de una playa preciosa, son los matices eternos de la mejor de las melodías.
Elegiría entonces yo, entre su amor y la muerte, entre su amor y la sordera, entre su amor y la ceguera, entre su amor y la frialdad de los difuntos.
Que me ame hasta el final, que no me olvide, que no me suelte.
Porque prefiero yo morir mil veces a su lado, que hacerlo en soledad.
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