Me fui antes que oscureciera, me dijo Ela, pensé que sería lo más sensato. Me dijo también que ya estaba bajando el sol cuando había llegado a la carretera principal y lo último que recuerda de la ciudad, es el rojo inmenso del atardecer y a mi.
Dijo que se fue antes de que las cosas empeoraran, que comenzara a hacer mucho frío y el verano se extinguiera como una fogata en la playa de nuestras vidas. Ela sonreía con sus dientes blancos y en fila, se encogía de los hombros desde algún café grasiento fuera de la ciudad y me decía, Ya todo está bien, me fui antes de lo peor ¿Pero qué era lo peor? ¿Hubo alguna vez un peor en aquella casita color ladrillo al lado de los pinos?
Lo peor, me dijo Ela, lo peor era ver deshojando libros en la sala, en medio de mis conciertos de piano, ver tu rostro rojo de rabioso patear los muebles, mover las lámparas, tirarlas al suelo, tirarme al suelo, tirar todo al suelo. Lo peor también era ver a la gente envejecer a nuestro lado ¿Y nosotros?, preguntaba, ¿Podemos ver al resto sobrevivir entre los muertos sin sentir ningún remordimiento? Era ver a la anciana Minnie de los pastelitos morir sin haberle hecho dulces a nuestros hijos, ver a los niños hacerse viejos y perecer sin amigos. Vivir por siempre, decía Ela, tenía que detener que viviéramos por siempre.
Me fui antes que te aburrieras de esperarme por la noches, que escucharas a la voz varonil de sus impulsos y destrozaras lo que guardé por años por temor al error. ¿Ahora entiendes?, me preguntó, Si no me hubiera ido lo peor habría llegado y matado a todos sin misericordias ni consciencia. Sin mi, la Muerte vendrá de todos modos, pero solo te llevará a ti.
No, no voy a regresar, dijo y pude escuchar el sonido de la gente por el teléfono. Ela no se puso a llorar, por lo menos no en ese momento, pero pude sentir media hora después que sus ojos estaban dilatados, su corazón despedazándose entre sus manos blancas y la boca temblorosa, repitiéndose que todo andaría bien.
Me dejó y ahora la casa está vacía. Los niños crecerán con sus amigos corriendo por los jardines, la anciana Minnie vivirá por muchos años más horneando pasteles a los nietos e hijos ajenos.
Y yo pienso en Ela mientras leo el periódico por la mañana, pensando, realmente pensando, en que tuvo la razón todo el tiempo.
Pero sin importar cuán en lo cierto estaba, todavía la amo.
¿Sabría Ela al momento de irse que sin ella, solo me esperaría la Muerte?
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