Eras mayor que yo, se supone que podía confiar en tí... se supone...
Te acercaste a la puerta.
Cerraste con llave y me miraste de nuevo.
-No hagas ruido- dijiste mientras te sentabas frente a tu computadora -No quiero que nadie venga.
-No digo nada- respondí asintiendo con la cabeza.
Comenzaste a buscar unas cosas en tu computadora. Yo solamente miraba hacia todos lados. Había un silencio increíble, solamente escuchaba las ruedas de tu silla moverse y los CLICK del mouse.
Al parecer encontraste lo que buscabas, porque me miraste de nuevo sonriendo.
-Sea lo que sea que veas, no le digas nada a nadie.
Siempre vigilando la puerta, se hizo a un lado para que yo pueda ver la pantalla. Comenzaron a pasar una película pornográfica que a penas pude distinguir y no entendí casi nada... pero tenía una idea de qué estaba pasando dentro de esa ducha entre ese par de personas.
El vídeo terminó y todo volvió al silencio.
Escuché el crujido de la cama y supe que estabas sentado a mi lado. Mi pierna rozaba tu pierna y podía sentir tu aliento cerca de la mejilla. Tus ojos negros brillaban y sonreíste de nuevo, con tus dientes siempre en fila y de un blanco un poco opaco.
-¿Está bien?- preguntaste.
Pero no te entendí a qué te referías. Miré la puerta cerrada con llave, y la llave que estaba en tu bolsillo, la pantalla con el video que ya se habia terminado. La cama crujía porque te movías de vez en cuando y siempre tu olor peculiar... tu aliento en mi mejilla.
Fue entonces cuando vi que te movías demasiado.
Ibas a decir algo. Ibas a hacer algo...
Pero te detuvo una voz del otro lado de la casa.
Tus ojos mostraron decepción y me dejaste ahí, sentada en tu cama, a unos metros de tu computadora, con mis pies flotando sobre el piso porque yo era aún pequeña.
Saliste y luego me llevaste contigo porque mi mamá me vino a recoger.
Me despedí de todos y me tocó despedirme de ti.
-Nuestro secreto- me susurró en la oreja.
Nunca más regresé. Me fui para siempre con mi cuerpo de 7 años, mi mente confundida e infatil y con la sensación de tus palabras en mi oído que nunca se fueron, como un escalofrío eterno.
Aún recuerdo tu olor peculiar.
Y el crujido de tu cama.
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