Escapar de aquello que poco a poco iba llenando algo vacío dentro.
Escuchó un susurro y él la giró suavemente, como a una muñeca que está a punto de quebrarse. La miró.
Ojos libidinosos, aún conservaban la inocencia que ella conocía, la sinceridad. Conservaban todo. Y ella no retiró la mirada como siempre lo hacía cada vez que él la observaba.
Se acercó, sentía que su cuerpo tibio parecía fundirse con el de él. Sintió su pecho, sus latidos, sus piernas...
Quizás fue un salto, quizás fue un paso.
Sus manos rodearon la cabeza de él y sus dedos desearon enredarse en aquella cabellera mientras él totalmente dominado por el deseo tanto tiempo reservado la cogía de la espalda y la estrechaba más al mismo tiempo que el beso se hacía más arrebatado.
Mientras afuera las gotas caían con lentitud las ropas dejaron de existir, la prohibición, la incapacidad y el pecado.
Encima de ella observó su cuello, su rostro, los ojos lascivos y brillantes lo reflejaban y el hormigueo que le recorría el cuerpo se volvía más placentero. Ahí estaban finalmente.
Un gemido, un movimiento, un sentimiento y un revolcón.
El lecho crujió y sintió sus labios de nuevo, su lengua sabor dulce, un saborcillo asemejado a todo lo bueno que había conocido, sabor a ella.
Escuchó un susurro y él la giró suavemente, como a una muñeca que está a punto de quebrarse. La miró.
Ojos libidinosos, aún conservaban la inocencia que ella conocía, la sinceridad. Conservaban todo. Y ella no retiró la mirada como siempre lo hacía cada vez que él la observaba.
Se acercó, sentía que su cuerpo tibio parecía fundirse con el de él. Sintió su pecho, sus latidos, sus piernas...
Quizás fue un salto, quizás fue un paso.
Sus manos rodearon la cabeza de él y sus dedos desearon enredarse en aquella cabellera mientras él totalmente dominado por el deseo tanto tiempo reservado la cogía de la espalda y la estrechaba más al mismo tiempo que el beso se hacía más arrebatado.
Mientras afuera las gotas caían con lentitud las ropas dejaron de existir, la prohibición, la incapacidad y el pecado.
Encima de ella observó su cuello, su rostro, los ojos lascivos y brillantes lo reflejaban y el hormigueo que le recorría el cuerpo se volvía más placentero. Ahí estaban finalmente.
Un gemido, un movimiento, un sentimiento y un revolcón.
El lecho crujió y sintió sus labios de nuevo, su lengua sabor dulce, un saborcillo asemejado a todo lo bueno que había conocido, sabor a ella.
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