Desde que se casararon ya estaba profetizado cual sería el destino de aquellos dos. Bueno... todos siempre supieron cómo iba a ser el destino de aquel jovencito adinerado con miles de millones en un banco que ahora se había transformado en el hombre más codiciado de todo el país, el que salía en las revistas en las páginas sociales al lado de docenas de artistas.
Una persona así solo podía terminar con alguien como Silvia. Porque la señorita (ahora señora) Silvia era también una de las más mujeres más deseadas. Quizás tuviera también sus millones en el banco y haya estudiado en Italia y Suiza todo lo que se le dio la reverenda gana... pero no estaba contenta por eso. Solo los que conocían a Silvia y a su ahora esposo, Peter podían profetizar sin ninguna clase de inseguridad que el matrimonio sería un remolino de escándalos y sobre todo, miles de millones de billetes.
Una boda celebrada en París y una luna de miel donde recorrieron cada rincón de Europa y luego visitaron casi la mitad de Asia. En otras palabras, meses viajando por todo el mundo. Finalmente se establecieron y a las semanas de vivir en su nueva casa, la prensa captó el momento exacto en donde Silvia lanzó el televisor plasma y la ropa marca Lacoste de Peter por la ventana.
Peter había llegado diez minutos tarde la noche anterior y Silvia estaba hecha una fiera.
Pero todo se resolvió al día siguiente cuando él la llevó de compras y de paso, se llevaron otro televisor plasma a casa. La ropa de Peter daba igual, podía obtener toda una tienda con solo mover unos botones del cajero automático.
Y las cosas se desolvieron con unas palabritas, unos aretes de diamantes y unas botellas coloridas de Carolina Herrera, fue suficiente para que Silvia sonriera de nuevo y saliera del brazo de su esposo para que la prensa se tranquilizara.
Mientras tanto los que trabajaban en la mansión Silverstein negaban lentamente la cabeza en señal de cansancio.
"Ya sabíamos que sería así" se dijeron mientras continuaban barriendo los jarrones que se habían lanzado la noche anterior ante de encerrarse en la habitación "Pero que se puede hacer... el amor es cosa de locos"
Una persona así solo podía terminar con alguien como Silvia. Porque la señorita (ahora señora) Silvia era también una de las más mujeres más deseadas. Quizás tuviera también sus millones en el banco y haya estudiado en Italia y Suiza todo lo que se le dio la reverenda gana... pero no estaba contenta por eso. Solo los que conocían a Silvia y a su ahora esposo, Peter podían profetizar sin ninguna clase de inseguridad que el matrimonio sería un remolino de escándalos y sobre todo, miles de millones de billetes.
Una boda celebrada en París y una luna de miel donde recorrieron cada rincón de Europa y luego visitaron casi la mitad de Asia. En otras palabras, meses viajando por todo el mundo. Finalmente se establecieron y a las semanas de vivir en su nueva casa, la prensa captó el momento exacto en donde Silvia lanzó el televisor plasma y la ropa marca Lacoste de Peter por la ventana.
Peter había llegado diez minutos tarde la noche anterior y Silvia estaba hecha una fiera.
Pero todo se resolvió al día siguiente cuando él la llevó de compras y de paso, se llevaron otro televisor plasma a casa. La ropa de Peter daba igual, podía obtener toda una tienda con solo mover unos botones del cajero automático.
Y las cosas se desolvieron con unas palabritas, unos aretes de diamantes y unas botellas coloridas de Carolina Herrera, fue suficiente para que Silvia sonriera de nuevo y saliera del brazo de su esposo para que la prensa se tranquilizara.
Mientras tanto los que trabajaban en la mansión Silverstein negaban lentamente la cabeza en señal de cansancio.
"Ya sabíamos que sería así" se dijeron mientras continuaban barriendo los jarrones que se habían lanzado la noche anterior ante de encerrarse en la habitación "Pero que se puede hacer... el amor es cosa de locos"
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