Ayer salimos de vacaciones. Se terminó el primer bimestre y los chicos de último curso tuvieron que matarse alistando maletas y soñando con la hora en que pisaran finalmente suelo cuzqueño. Se terminó la asamblea del día de la madre, me retiré a casa con el hombro adolorido por tantos cuadernos y una sensación de libertad que no se compara con nada. Respirar y no solo sentir el smog de los autos y el melancólico colorinche de las calles cerca del colegio, los carteles de grupos de cumbia y sus conciertos que se ahogan en cerveza de calidad dudosa.
Los chicos salieron riendo y las chicas se iban a algún lado de compras. Yo solo buscaba una Coca Cola helada y un poco de tranquilidad en casa, hasta que Andrea me invita a ingresar a un supermercado a comprar algo para su viaje, ya está en último curso, ya sabrá lo que es la presión de ingresar a la universidad y sentir de vez en cuando esa escalofriante nostalgia de despedirse de las carpetas.
Los chicos salieron riendo y las chicas se iban a algún lado de compras. Yo solo buscaba una Coca Cola helada y un poco de tranquilidad en casa, hasta que Andrea me invita a ingresar a un supermercado a comprar algo para su viaje, ya está en último curso, ya sabrá lo que es la presión de ingresar a la universidad y sentir de vez en cuando esa escalofriante nostalgia de despedirse de las carpetas.
Y nos compramos una barra de chocolate y otras cosas más, llegamos a casa y tiradas en la cama hablamos sobre miedos, sobre temores sin sentido y experiencias del pasado que nunca dejaron de atormentarnos. Todo, entre risas a volumen alto y la barra de chocolate terminándose, atentando contra la ideología de un cuerpo perfecto y a mí, ya no me importó.
Nos despedimos con un abrazo y ahora es sábado. No hay clases de inglés, no hay alergias ni un examen final porque es el día de no se qué, siento un ligero vacío y una soledad que no tiene nombre. Quizás por anoche, hubieron reencuentros y episodios sentimentales, llenos de temblores, de sensaciones bonitas e historiales de conversación incompletos.
Hoy es sábado y desayuno restos del chocolate de ayer, dan una película vieja en la televisión y nadie, salvo mi papá, se siente interesado. Me oculto en mis cuadernos y mi espacio cibernético, huyendo de las llamadas de atención de mi mamá, que insiste en que todo ésto es inútil y sin darme cuenta, me extripa la inspiración feliz y convierte todas mis ideas en grises entradas, como éstas.
Se terminó Abril, se largó, junto con todos los exámenes y alguien borró la pizarra con furia. De nuevo, dentro de una semana, todo habrá comenzado, como un nuevo documento, una nueva clase.
Y de repente, en momentos como éstos me pregunto, si después de haber nacido, existe alguna oportunidad de hacerlo de comenzar de nuevo.
Como si pudieras borrar tu pasado.
Como si nada hubiera ocurrido.
1 comentario:
Pues sólo queda vivir con él, llevarlo a cuestas, aprender de él.
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