lunes, 31 de mayo de 2010

La Nación De Ovejas Perdidas

La mayor parte de veces es imposible que haya una noche silenciosa en casa. Ni siquiera en las madrugadas, cuando todo afuera está cerrado, excepto el bingo de al lado y las calles se ven más muertas que de costumbre. Puede ser el siniestro perro negro del vecino, que se sienta a aullar lastimeramente cada vez que algo malo va a ocurrir, alguna muerte, algún accidente o una tristeza tan profunda que es tan mala como el hecho de morir. La calle donde vivo siempre está llena de acontecimientos extraños, siempre dramáticos, de esos que se quedan grabados en tu memoria hasta que eres viejo y no te aburres de contarle las historias a tus nietos. Como cuando yo tenía siete años y el vecino se suicidó con la soga de su cortina con no se cuantas líneas de coca encima. Lo sacaron muerto y yo vi como todos corrían, gritaban y al día siguiente apareció entre las páginas de un periódico chicha en el quisco de la esquina.
Nada comparado, quizás, a aquellos días donde las barras bravas venían a hacer problemas por la cuadra y podías a ver a una masa de menores de edad gritando, rompiendo ventanas de auto y amenazando a las personas. Mi papá salió con su pistola, disparó al cielo y lanzando maldiciones, logró que se fueran.
Fue la primera vez que consideré a mi padre un héroe, a mis cuatro años de edad.
Hace un par de meses, una perra enorme y marrón dio a luz a varios cachorros debajo de un auto. La gente se agrupó alrededor, las vecinas salían por las ventanas y el dueño del auto, escandalizado, pedía a los serenazgos que quitaran al animal, porque tenía que irse. Fue necesaria una grúa y nunca nadie supo como la perra desapareció con todas sus crías. La vi en estado hace tres días, durmiendo en la puerta de un restaurante nuevo que está tan sucio que siempre para vacío.
La vecina murió después de mucho tiempo, decían que ya había llegado a los cien años. Nunca salía, pero estaba tan enferma... Una noche el perro siniestro no dejó de ladrar y a la mañana siguiente la mujer amaneció sin vida. Todos en la cuadra lo comentaron. El tema se olvidó a los días, igual que todas las muertes y desgracias por las que tenemos que pasar.
Regresando del colegio encontré que unos policías habían encontrado a un borracho que a penas podía quedarse de pie haciendo barullo en plena cuadra. Se lo llevaron cargado... para dejarlo solo dos cuadras después. Hace unos minutos dos muchachos acompañados de dos chicas gritaban y se quejaban en la puerta de mi casa. Por el balcón observé que uno de ellos estaba ebrio, quizás drogado, portaba una mochila.
Quizás tenía mi edad.
Le gritaban que tenían que irse, que se dejara de cosas, carajo, vamos ya, si quieres otro día venimos y le sacamos la mierda a ese tipo... pero hermano... no ahora. El chico no respondía y lo dejaron solo.
Para eso son los amigos... Sus amigos lo dejaron solo, drogado o ebrio, a la mitad de la vereda, sin la menor idea de donde estaba ni qué le estaba pasando. Se fue tambaleándose, esquivando a los autos que venían a toda velocidad. Llamó a su amigo, pero él no volteó. Siguió a las chicas que no querían verlo y antes de que desapareciera, lo vi tirando su mochila y sacándose el abrigo violentamente, mientras gritaba maldiciones y pateaba el suelo. No vi nada más.
Se parecía a la vez donde sacaron a dos chicas de una galería frente a casa, llorando, riendo, rasgándose inútilmente la ropa. Las metieron en un taxi y sus amigos se las llevaron mientras la policía observaba muy relajadamente todo. ¿Habrán tenido que ver los que se inyectan heroína y se fuman líneas en la casa amarilla?
Es imposible pasar una noche en silencio. Siempre hay algo, siempre hay algo extraño ocurriendo ya sea fuera, en la oscuridad de mi calle o de mi habitación.
Todos en éste lugar tenemos algo en común. El vecino suicida, el perro siniestro de la mala suerte, los cocainómanos de la casa amarilla, los vagabundos enfermos, los borrachos solitarios, los niños descalzos, yo... mis padres.
Todos somos parte de la nación de las ovejas perdidas. Todos hemos cometido errores y hemos tragado en contra de nuestra voluntad, las amargas cucharadas de la amargura.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Extrañamente me ha gustado, razonable, triste y cierto