miércoles, 23 de febrero de 2011

Lea

"Tres cucharadas de azúcar en el té por la mañana y por la tarde. Teatro los viernes o los sábados por la noche, siempre dramas que luego me contaba emocionada en la tibieza de la sala. Eso, cuando la sala era tibia, cuando algo en casa todavía era tibio. Caminar descalza en las noches de insomnio y las mañanas de alergia, escapar a almorzar a la calle juntos los domingos porque esos días son muy deprimentes, aburridos. Tirarnos en el piso a hablar de discos viejos, esas tardes de invierno no tienen nombre, no tienen comparación a mi parecer. Movía sus pies pequeños envueltos en esos calcetines claros, abrazaba la almohada y decía "La música contemporánea es basura". Te creo, Lea, te creo y siempre he creído en todo lo que dices.
Llegamos a ese sueño anhelado. A esa seguridad de despertar y darnos los buenos días, de dormir y darnos las buenas noches, de tomar té y darnos las buenas tardes, de ir al cine y decir "Qué basura de película" o especular sobre el Oscar. Lea se reía escandalosa, sonreía ocultando sus dientes con equivocaciones pero hermosos, dormía como un ángel y se removía entre las sábanas cuando tenía pesadillas. A veces llegaban las pesadillas, somos humanos, nos pasan cosas malas y siempre nos caemos. Lea aprendió a levantarse cuando se dio cuenta que mantenerse en el suelo solo infectaría los raspones de sus rodillas. Tragó el sabor amargo de su infancia, de su adolescencia y fue muy feliz. Hablaba hasta por los codos de la revolución francesa, de su colegio disciplinado, su familia disfuncional. Hablaba hasta quedarse dormida y a mi me gustaba escuchar, saber que estaba divirtiéndose, que estábamos pasando un buen tiempo. Jugábamos como infantes, dormíamos como un matrimonio decrépito y agotado, solíamos nadar de manera rápida hacia una solución cuando nos ahogábamos en nuestros propios conflictos.
Medio mes antes de nuestro aniversario me levanté de mal humor. Había sol pero yo estaba triste, había un desayuno espléndido pero yo sentí repudio hacia la mesa. Miré a Lea servir el café y las tostadas con el cabello despeinado, las manos de dedos cortos cansadas y una sonrisa con sueño. La besé en la mejilla sin ganas, me senté a tomar desayuno, contesté con monosílabos sus preguntas sobre mis sueños y no comenté nada sobre los suyos.
Noté una molestia, noté que no le gustó y me importó nada. Estaba de mal humor, era un día espantoso, yo no sabía porqué.
"¿Quieres que hablemos de algo?" me preguntó sentándose a mi lado. Me paré como un ogro liviano y sin gritar le respondí "No quiero hablar de nada". Cogí las llaves y me fui.
Dejé a Lea con la taza de té en la mano, con la sonrisa desvanecida y su delicado rostro incompleto, carente de emociones. Anduve como un diablo por la calle, renegué, grité para mis adentros y regresé casi al atardecer. Lea estaba sentada mirando televisión, History Channel, en el especial sobre la segunda guerra mundial. La saludé, me respondió con naturalidad y me mató. Me mató porque yo esperaba algo frío, algo fatal, algo que de verdad me merecía por haberme portado tan mal y sin razón alguna. Y sin embargo yo seguía cegado por mi amargura, no le dije en dónde había estado ni qué me estaba pasando. De repente ella me miró, una lágrima se asomó por su ojo derecho, el ojo de la verdad "Te amo" me dijo sonriendo.
Lea no volvió a reírse jamás, hasta ahora, que han pasado ya varios meses.
Se fue, es el cuerpo de Lea con un espíritu que le pertenece pero está vacío, cambiado, incompleto. Lea no se ríe más, no me sonríe, ya no habla, ya no se emociona. Lea no llora.
Ríe Lea, te ruego que te rías, quiero escuchar que te rías.
Quiero que me repitas ese par de palabras mágicas, quiero que hablemos, que me perdones por aquella vez, ya pasó cariño, rosa mía, ya pasó y jamás volverá a pasar pero prométeme que reirás de nuevo.
Regresa Lea.
Te pido que regreses".


PD: Y luego del punto final comencé a llorar. Bendigo a esos dos dichosos de la historia. Ojalá Lea ría de nuevo.

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