Y así fue. Me sentaste en tus piernas. Me arreglaste el cabello, tres puntos suspensivos. Sonreías muy tranquilo, te brillaba la mirada, olías a colonia, a maduro, cerré mis ojos, tu boca en el cuello, me lo abriste con una mordida directo a la yugular. La marca de tus dientes, moretones, me quedé sin palabra, me enfrié por completo pero tu jurabas que estaba muy caliente. ¿Caliente? Me sentía escarcha, me invadía el miedo, miraba la ventana como si fuera a saltar pero me tenías tan fuerte por los hombros que me rendí. Comencé a sentir ese sabor agrio correr la garganta, me arde el esófago ¿Qué me diste en el almuerzo? ¿Como te llamas? ¿En donde estoy? Pienso en llamar a mi mamá para decirle que estoy bien mientras me cargas, tus manos debajo de los muslos, como cuando mi papá me llevaba a dormir. Pero esos eran momentos de mi infancia, mi velador color rosa pastel, mi inocencia que estás mandando al carajo, me estás asustando, pero no digo nada, me has arrancado la voz de un tirón, de un rasguño de tus uñas limpias. La cabeza me retumba de repente, me zumban los oídos y aquello frío y suave debajo de mi ya no son tus manos, son las sábanas, es un cubrecamas azul marino con hilos amarillos, que bonito, me hace pensar en el mar, en los veranos que jamás van a regresar. Escucho un rugido animal y sé que eres tú. Me arrancas la inocencia, me sonríes, me acaricias la boca, no puedo mirarte, miro al techo, blanco, crema, color leche de las mañanas, color cama de hospital, color tus manos cuando hace frío. Siento que vuelo, pero vuelo en picada, me voy a estrellar, van a volar mis órganos por todos lados y nadie se va a tomar la molestia de recogerlos, ni tu, ni mis padres porque no saben en dónde estoy. Me has vuelto un cadáver perdido, tu boca está pegada a mi garganta, buscas sangre, tanteas en mi clavícula, descubres mi punto débil cuando llegas a mi corazón y yo reacciono después de mucho. Te alejo, gimo, no te miro y te molestas, te ríes ¿No quieres, cariño? Risa de nuevo, tus hilos dorados son bonitos, me dan asco, los quiero arrancar de una vez ¿No quieres que te regale algo, cariño? ¿No te estás divirtiendo? Risa, risa, me revuelco contigo en tu azul marino, se está tibio, me aprietas los brazos y siento que tus huellas no se irán jamás. Me zarandeas como una franela, sollozo y creo que estoy llorando, no tengo fuerza para defenderme, me muerdes una mejilla, volteo el rostro pero es inútil ¿Qué estará haciendo mamá en casa? Me asfixio, estás encima mío y pesas como un animal, tengo quizás a todo el universo, representado en ese que me inmoviliza, no puedo mover las piernas, pero me obligas, no puedo gritar, pero eso es lo que quieres. Se mira borroso, en aquella mezcla de gruñidos, de jadeos que no son míos, no puedo cerrar los ojos, huelo tu cabellera, siento tu sudor en todo el cuerpo ¿O es el mío? Soy un vaivén, somos un vaivén, estoy mareada, me abandono totalmente a tu disposición porque simplemente no puedo más. Buscas mi boca, muerdes de nuevo, tocas lo que jamás nadie ha tocado, dices lo que jamás nadie debe decir y ríes, siempre ríes. Se terminó el santuario, la inocencia, aquel paraíso que nadie debería frecuentar, se acabó, lo mataste, asesinaste todo con tus dientes, tu lengua mentolada, tus manos maduras.
Se terminó también el peso encima mío. Estoy liviana, quizás muerta, quizás inconsciente, debo de parecer un cadáver tirado en tu cama, el azul marino ahora parece negro, estoy sumergida en agua, fluidos, líquido sin nombre.
Suena el teléfono.
Y antes de cerrar los ojos, te observo contestar sonriente.
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