Ella le bajó el volumen a la tele. De nuevo, dejaban de ver la película, la dejaban hasta la mitad, a veces menos, a veces ni siquiera se enteraban de qué trataba. Otra tarde de Lunes ¿Te acuerdas de los lunes? Ella te peinaba frente a la pantalla aburrida, comía uvas verdes, te las ponía en los labios y comían sin tener hambre, se dormían abrazados hasta la noche, pasaban con el insomnio hasta el día siguiente. Te mordió amistosamente la oreja, le acariciaste la cabellera tosca, olisqueaste aquel cuero cabelludo con sentido frutal y suspiraste profundamente cerrando los ojos. Ella se rió sola, adormecida por la luz de verano que se quedaba atascada en las persianas, se limpió el polvo debajo de las uñas y se abrazó a tu abdomen como una niña. Te habló de las cosas que hacía, de lo mucho que estudiaba, que esperaba ser grande, una mujer profesional y luego pasaría el resto de la vida a tu lado. Te cuidaría cuando te enfermaras, aprendería a cocinar aunque de alguna manera fuera un fiasco con las ollas, te haría el desayuno. Jamás comprendió que eras tú el que quería mimarla, el que quería despertarla con una canción en el oído, el que prepararía el tocino con los huevos revueltos, el té por la tarde, el vino en las noches. Te desesperaba a veces ¿No es cierto? ¿Qué tan difícil era para ella dejar que la mimasen? Quizás pasó mucho tiempo siendo engreída, quizás deseaba inconscientemente que la golpeara la realidad independiente. Resopló cansada de hablar, te dio un beso en la mejilla tibia y contempló por un momento tus pestañas, tuvo nostalgia, deseó que abrieses aquellas ventanas y le enseñaras los astros negros de tu mirada, esas dos lunas tenebrosas que le daban escalofríos, que eran su único consuelo cuando estaba sola y se le fue prohibido verte. Sí, tu también la extrañabas en ese momento, abrazabas el aire e imaginabas que estaba ahí, te aferrabas a una almohada y pensabas que quizás, allá en su habitación, ella también pensaba en ti. Te preguntó que porqué siempre tus orejas estaban frías, te cogió de la mano, la cual no reaccionó y se dejó llevar. Intentó calentártelas ocultándolas entre las suyas, pensó en preparar un té con mucha azúcar blanca, trató de persuadirte con una súplica que dejaras de ser tan flojo, ya levántate, no podemos andar como lirones todo el lunes ¿O si? ¿Podían? Dímelo tu, que podías semanas abrazándola, que jamás te importó el tiempo cuando estaban juntos, qué importan los lunes, qué importan... Te dijo que te amaba de repente, te agradeció por haberle enseñado lo bello de la vida, que las lágrimas deben ser de felicidad, que las cosas siempre salen bien al final porque es así y punto. Recordó en unos segundos esos días de magia cuando todo recién comenzaba, cuando te palpitaba el corazón como un lobo cuando la veías, cuando le dijiste que la amabas ¿Qué pasó? ¿Qué cambió?
Ella te besó en la boca y notó tus labios fríos.
Fue en ese momento que se dio cuenta que habías muerto.
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