La noche del estreno de la obra Evans fue, aceptando la invitación de todos sus amigos, hijos de diputados, grandes intelectuales y aspirantes a ser diplomáticos. Acostumbrado a una vida de aristócrata, de caballero refinado de manos impecables, de infinitas charlas con las hijas poco interesantes de los amigos de la familia, Evans trataba de superar una depresión de varios meses. Una de sus habilidades era las de fingir, de actuar y ocultar las cosas de forma convincente. Aquelal era, su naturaleza de actor clandestino sin presentación alguna. La noche del estreno de la obra Evans se sentó al lado de Benoît y estuvo observando durante dos horas (con un intermedio de quince minutos donde se tomó un café) un drama inyectado de humor negro, una obra donde su mente se detuvo y todo su cuerpo se paralizó cuando la observó: Aurélie.
Una criatura francesa de piel casi transparente, con el cabello oscuro falto de ondas, falto de brillo, falto de vanidoso cuidado. Su mirada que se encendía con cada línea colmada de emoción... y que regresaba a esa opaca y bien ocultada angustia... tan fuerte, que sus ojos parecían estar muertos, dos esferas negras donde nada entraba y nada salía. Evans sintió una descarga, una parálisis en su asiento rojo al lado de Benoît, una sequedad una garganta, un lagrimeo en los ojos, un cosquilleo en el estómago y en los órganos sexuales.
Una criatura francesa de piel casi transparente, con el cabello oscuro falto de ondas, falto de brillo, falto de vanidoso cuidado. Su mirada que se encendía con cada línea colmada de emoción... y que regresaba a esa opaca y bien ocultada angustia... tan fuerte, que sus ojos parecían estar muertos, dos esferas negras donde nada entraba y nada salía. Evans sintió una descarga, una parálisis en su asiento rojo al lado de Benoît, una sequedad una garganta, un lagrimeo en los ojos, un cosquilleo en el estómago y en los órganos sexuales.
Evans no dijo palabra ni se movió, a penas respiró mientras veía a la fragilidad encarnada interpretar su papel, concentrándose, emanando una nube de pena, repitiéndose mentalmente todas sus líneas. Cuando la función terminó, Benoît se fue con los demás y Evans se quedó tres horas esperando a que Aurélie saliera de los camerinos, totalmente callado, aún helado y con cada centímetro de su reprimido organismo palpitándole ante una emoción desconocida.
Esa noche Evans pasó la noche con Aurélie en un Hotel a exactamente dos bloques del teatro donde se presentó durante el resto de su vida. Sus ideales de mantenerse casto antes del matrimonio fueron destruidos y lo mismo ocurrió con Aurélie, por la mañana ambos se miraron, como preguntándose porqué habían pasado la noche (y qué nocche...) juntos si a penas conversaron por una media hora, porqué habían desordenado toda la habitación y porqué tenían que esforzarse tanto en recordar cómo se llamaba el otro.
Siete noches encerrados en el mismo hotel fueron las que pasaron juntos. Con casi nada que decir, salvo sus propias tristezas, sus propios pesares y varias horas metidos en la habitación... Evans había encontrado a una criatura francesa con el espíritu muerto que lo hacía sentir vivo, que lo hacía olvidar de las delicadezas de su educación y transformarlo en un Evans más salvaje, más encendido, más capaz.
Aurélie duerme esta noche.
Mañana por la mañana la habitación quedará vacía.
Ambos tienen que volver a trabajar.
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