Lo conoció como cualquier a otro chico del colegio, habló con el poco a poco y así con el tiempo, Christopher o Crisy, como ella le llamaba, se convirtió en el enamorado número quince.
Pero jamás pensó que Christopher acabaría en un pedestal, en vez de una papelera como todos los demás habían terminado.
Él era un artista. En todo aquel movimiento hormonal adolescente, se le podía mal interpretar como un desequilibrado, pero en realidad era un poeta secreto, un romántico empedernido y un apasionado de poca creatividad pero mucho sentimiento.
Y bueno, estaba Lisa. Una muchachita semi-adinerada, de ideas locas, risa estruendosa y con una aparente carencia de vergüenza, pues era capaz de hacer cualquier cosa que se le apetecía.
Era toda una muñeca Barbie Made in Peru, un genio matemático y después, un rostro que muchos chicos tenían pegados en las puertas de sus roperos, como un sueño perdido.
Corrieron los rumores de Lisa y Christopher hasta que los niños de primaria se enteraron. Los profesores les llamaban la atención, no les importaba. Sus amigos los molestaban, mucho menos.
Pero Christopher resultó ser uno en un millón, resultó ser lo que ocasionó un giro radical en el mundo de Lisa. Junto con su guitarra, el chico cambió el mundo.
Con sus tonadas, sus canciones y todo lo demás, lograba transportarla a otro sitio.
Y Lisa comenzó a cambiar.
No quedaron ni escombros de la Barbie que solía existir, tampoco de aquella coqueta niña de siete en un cuerpo de una joven de catorce.
Porque ellos fueron especiales.
Lo son hasta ahora que siguen juntos.
Christopher le cambió la vida.
Tenía todo lo que ella siempre habría buscado.
Porque él tenía la guitarra que cambió el mundo.
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