Desde esa mañana de verano en el año 2008, no pensé que se pudiera repetir momento tan importante y que lograba tremenda felicidad.
Cuando hoy la noticia me llegó, una sonrisa se me dibujó en el rostro, espantando toda aquella tristeza que había acumulado por muchas semanas en un instante.
Corrí por todos lados y finalmente ahí estaba.
Se despertaron en mi momentos de (prácticamente) una infancia, momentos mejores que los de ahora. Cuando era una chiquilla y en un ensayo, junto con dos compañeras, observamos lo especial de un solo ser y no lo dejamos en paz durante todo el año, riéndonos y comentando sobre él siempre.
Pero no se si ellas pensaban lo mismo que yo.
Solo se que verlo fue como si me hubieran inyectado una dosis de felicidad, sonreí.
Hola...
Y bien... eso fue suficiente. Y nada de lo que hicieron los demás me importó, ni tampoco lo que pasó el resto del día porque me sentía de nuevo aquella niña que lo seguía.
Me sentí viva nuevamente. Sonriente, con ganas de reír, de estrujar una almohada como en los viejos tiempos y decirle que él era lo máximo.
Es parte de un pasado que fue alegre.
Recordé la primera vez que lo vi, cuando lloré a su partida y que convirtió mi año en una aventura que lograba opacar cualquier mal momento.
Lo quiero.
Y siempre le he deseado lo mejor.
Mi querido amigo... eres de oro.
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