Cuando estábamos en cuarto grado y teníamos menos cursos que ahora, solíamos divertirnos de distintas maneras. Toda esta onda de Harry Potter estaba en su cumbre, no había nadie que no andara hablando de la película, de los libros, de cual sería el final y de lo divertido que sería visitar aquel colegio.
Una mañana, cuando había terminado la clase de no se que, le mostré a Alejandro, un niño paliducho de cabellos marrones y pecoso, mis nuevos lentes. Eran de metal negro, con lunas ligeramente redondas.
Entonces pensé que sería divertido que se los pusiera y en cuanto lo hizo, todos estábamos seguros que se parecía mucho a Harry Potter. Le dibujé un rayo en la frente con un lapicero azul y con un lápiz, el comenzó a hacer conjuros a todo el mundo.
¡Expeliermus! (?)
Cuando la profesora de religión (Miss Vanessa) llegó, todos se sentaron y entonces, no se que pasó exactamente que se enteró de inmediato de nuestro juegito de disfrazes. Lo único que recuerdo es que estuve frotando la frente de Alejandro hasta que el rayo desapareció y le quité mis lentes antes que Miss Vanessa se diera cuenta.
Ella se acercó, se agachó y lo examino meticulosamente. Un poco más y trae una lupa para ver si de verdad no había nada en su frente.
Lo que siguió fue una larga charla sobre el contenido satánico de Harry Potter, el Señor de los Anillos y quién sabe que más películas que nos gustaban tanto.
Mis pobres compañeros de clase quedaron traumados, hasta que en quinto grado todo se les cambió con la llegada de los flamantes adolescentes fiesteros, que fue en lo que la mayoría se convirtió.
De todos modos yo jamás presté atención a las palabras de la Miss Vanessa, solo parecía uno de esos cuentos de terror que cuentan las nanas y que jamás asustan a los niños.
Alejandro ha crecido, pero sigue estando igual que hace años.
Yo he crecido y lo hemos hecho todos.
Antes lograron asustarlos y cambiarlos completamente con una amenaza de contenido indebido en una película tan conocida.
Ahora ¿Que pueden hacer para cambiarlos nuevamente?
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