jueves, 10 de marzo de 2011

Evitando El Desastre

Exámenes y doctores por todos lados, hoy siento como si correr no fuera suficiente para dejar atrás todo el desastre. Éste es el cuarto día levantándome a las cinco de la mañana, cuando las luces amarillas están muertas e iluminan unas calles que no tienen nada más que niebla para regalarme. Subo las escaleras estrechas del gimnasio, saludo al chico que atiende, al entrenador Stalin y subo a la sala donde en verano todos los jóvenes hacen piruetas mortales.
Corro escuchando música, miro a la gente pasar de un lado a otro, me hace pensar en que soy escritora, en que puedo ser Dios y he causado miles de nacimientos y muertes en éstos años de mi vida con tan solo un lapicero y una hoja.
Aumento la velocidad, el cuerpo me quema de los pies hasta la cabeza, las plantas me arden, las manos me sudan, toda aquella agua que mi cuerpo llora parece ser esa tensión espantosa, esos pensamientos horribles, las pesadillas que me asaltan por la noche, muertos vivientes, personajes de mi pasado que no valen la pena recordar desde que demostraron ser piedras humanas sin conciencia.
El cielo se ilumina, mis pantorrillas duelen pero yo sigo corriendo, tengo ganas de gritar, de gritar millones de cosas pero me trago todo porque abajo mi mamá me espera y los vidrios podrían romperse por mis palabras hirientes. Quizás mis distraídos receptores me escuchen y se pregunten cómo es posible que me afecten tanto las cosas. ¿No soy yo, una persona tan fuerte? Me rehuso a responder a esa provocación, a ese pensamiento tan falso de pensar que todo va muy bien sin preguntar, solo los muertos, los muertos se conforman con no moverse y suponer que todo va bien, cadáveres han sido muchas de las personas que he conocido en ésta corta vida.
Intento no derrumbarme, los poetas y los árboles morimos de pie, me he prometido morir de pie, hecha tronco y no astilla, hecha fuego mas no ceniza, a menos que mis hijos decidan cremarme porque el encierro sería espantoso.
Le dieron los exámenes médicos a mi papá y las cosas no están bien. Puedo suponer lo peor o que habrá una mejoría muy pronta. Mi mamá se sorprende ante mi insensibilidad, no puede creer que no reaccione como ella, sé que quiere llorar, pero no lo hace y yo tampoco. En mi familia todas las mujeres somos fuertes, no lloramos en público, solo frente a nuestra propia sangre, soportamos las maldades de la gente, los golpes del destino y no derramamos ni una lágrima en público, porque somos mujeres fuertes, todas las mujeres de mi familia mueren y morirán de pie, aunque no sean poetas.
Ésta noche oraré con una sensación que jamás había sentido; la de sentir la cercanía real del desastre. Ninguna cosa parecida me había ocurrido antes, que me arranquen a mi padre, es la maldad más espantosa del mundo, así como arrancarme a mi madre. Por más disfuncional que mi familia sea, no deseo que quiten piezas de mi tablero.
Ésta noche voy a tocar el piano y mañana saldré a correr si es que tengo fuerza, oraré para que mi padre sane, para que yo deje de tener pesadillas, para que Dios cure mi corazón enfermo y mi alma, que temo que poco a poco se vuelve la de un monstruo acorazado.
Tengo miedo que mi fuerza me trague, que me vuelva insensible, que no sienta pena y me prive del derecho de llorar como todo ser humano. Tengo toda la fuerza del mundo en mi pecho para echarme a llorar al piso como solamente he hecho pocas veces en ésta vida, pero no lo hago.
"Mujer de acero" me dice mi papá siempre "Tu tienes que ser una mujer de acero".

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