Ella va más allá de recordar a los hombres que amé alguna vez y sentir el golpe de sus secos nublados. No es cerrar los ojos y pensar en lo fría que estaba la noche, cuando decidimos cometer errores y lo hermoso que estaba el día índigo cuando paseábamos con intenciones de desaparecer para siempre. Ella no viene de la pequeña verdad de mi ilusión, ni tampoco de lo irreal de mi vida cotidiana.
No tiene que ver con los besos que guardé entre mis libros ni los días que le lloré a las personas.
Yo no sé de dónde viene ella, no sé en qué momento vino a visitarme y a quedarse a mi lado.
Solo sé que está matándonos a todos.
Ella es diferente al resto, quizás porque es liviana, en ocasiones, como una pluma que el viento le robó a mi sombrero y también puede ser pesada como una mordida de plomo en el peor de mis pecados. Pero ¿Por qué está ahora aquí? ¿La llamé en algún momento? ¿Escuchó, quizás, que yo gritaba su nombre en mi falsa felicidad?
Y no es mía, sin embargo. La poseo yo, la posee el resto, es la puta de todos, pero no nos hace felices, jamás lo ha hecho, nunca lo hará, pero la tenemos a nuestro lado ¿Por qué? ¿Por qué estás aquí?
Ella es tan perfecta en su siniestra figura, es tan hermosa que asusta, pero no podemos amarla. Yo no puedo amarla, ni mucho menos odiarla.
Ella va más allá de los traumas de mi infancia y de mis familias quebradas en notas interrumpidas de pianos ajenos. Es más que una cuerda rota a la mitad del concierto, de la garganta sangrando en el himno más sublime, que escuchar cuando mis amigos dicen que no los amo más. ¿Será cierto? ¿Es que ahora deseo estar sola, para no contagiarla ni compartirla con nadie más?
Imposible, contradicción absoluta.
Me está matando de a pocos, con los segundos, los minutos, los siglos y las siestas.
Moriré muy pronto, ahogada en sus besos largos, que duran una muerte.
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