Uno siente un vacío después de tener sexo, pensó Clarita mirando hacia las esquinas, algo como lo que sientes cuando te estás duchando y después de jabonar todo lo jaboneable, te quedas mirando hacia las baldosas de colores claros y no sabes qué hacer. Algo parecido le sucedía en esa mañana triste de domingo soleado ¿Tumbarse en la cama el resto del día o salir, correr hacia quién sabe donde? Sonaba The Cure en la radio, ha estado prendida toda la noche, recordó sintiendo hormigas por su cuerpo de dieciséis, en esa estación que le gusta a Luis en donde pasan música de hace años. ¿Era Luis quien estaba a su lado? Sintió miedo. Qué miedo recorrer esta casa desconocida, pensó, y saber que hay personas en todos lados y jamás recordar con cual de ellas me acosté.
Podrían haber sido los muslos carnosos y con pinceladas de estrías de su mejor amiga que todo lo sabía, las piernas huesudas y largas de su enamorado o la boca de nicotina de la chica que jamás le cayó bien. El aire estaba chillón y tibio, clásico del final de diciembre, el inicio de un esperanzado enero y una noche de revoltijos y nudos carnales. El último pensamiento que tuvo le dio náuseas, como en mi último embarazo falso, pensó casi riéndose de aquella semana de alerta roja, pobre Luis, qué pena. No quiso voltear a ver quién se aprovechaba del lado izquierdo de la cama, pero quiso ver los cuadros estúpidos de caballos y colinas que colgaban de las paredes. ¿Quién pone caballos en su habitación? No pudo contestarse la pregunta, no sabía en qué casa estaba.
Esto debe de ser una botella, pensó mientras se ponía de pie y sus huesos blancos y pequeños crujían, o el tobillo de un muerto. Tenía un agujero en el estómago, tengo hambre, tengo ganas de darme un buen baño, porque tengo todo el cuerpo entumecido y pegajoso. Náuseas, pero se detuvo, contuvo.
Es el mediodía, escuchó que decía alguien por la radio.
Alguien abría la puerta de la casa silenciosa y Clarita, no sé si correr o quedarme, esconderme o dar los buenos medios días a quien sea que entre.
Pero es mamá quien entra por la puerta, me mira sonriente y me dice buenos días Clarita, fuimos a comprar el desayuno. Me ruge el estómago, y a mi lado no hay nadie.
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