Conocí una vez a una chica de 16 años. A veces cuando hablábamos las lágrimas se asomaban por sus ojitos negros, movía la cabeza de un lado a otro para que no se escaparan de sus lúnulas, sonreía y fingía estar resfriada, estar pensando en cebollas, solo para justificar que se moría de ganas por llorar. Y ella suspiraba mucho mientras leía, se sentaba en el micro apoyada en el vidrio y se despertaba en los baches, con los rebotes de esos monstruos de hojalata. Esa chica caminaba liviana, mirando hacia el cielo, comía mandarinas por la noche y un día, me contó algo que me dejó pensando por un buen tiempo.
Y dice que todo sigue igual, porque ya no sienta nada si él no está, pero le siguen dando escalofríos cuando le parece que lo llaman en la calle, porque teme voltearse y ver ese rostro que tanto soñó ¿Sueña? Me dice que ya no lo busca, que no planea tomar ningún autobús ni marcar ningún número, pero todavía llora, aunque sabe que eso no lo traerá de vuelta. Me da mucha pena, porque se sienta a tocar el piano como si fuera a sanarse con esas horas de práctica, canta y se sonríe y luego llora mientras aplasta las teclas, cierra los ojos y creo que se está imaginando los buenos tiempos, su buen verano. Me dice que jamás se había sentido tan fuerte en su vida y que se siente muy bien casi todo el tiempo, pero todavía tiene miedo de cerrar los ojos por la noche porque puede soñar con una voz conocida que le dice "Te prometo que no me voy a ir. No voy a hacerte daño". Se limpia las lágrimas por la madrugada, cuando se despierta de golpe y se da cuenta que no hay nada, la vida sigue, los tontos y los débiles se quedan y ella se pelea entre los extremos.
Me dice que jamás había estado tan musical como ahora, escucha más artistas, se siente muy libre, pero todavía hay canciones que no aguanta. Ya no existe David Cavazos en la radio, no hay melodías en inglés por las mañanas, no hay un Yesterday sin llantos pequeños en el asiento del colegio. Y yo le pregunto qué tan malo es, y me dice que es como morir, que es como tener los ojos mojados todo el tiempo y sentir el cosquilleo de la debilidad en las mejillas. Y le pregunté también qué hubiera hecho si las cosas siguieran bien y me dijo que hacerlo feliz cada día, apoyarlo en lo que pudiera, tocar el piano para hacerlo dormir, acurrucarse cada noche y prometer que no se iría jamás. Qué irónico, dice ella que su error quizás fue haber mantenido sus promesas tan fielmente.
Conocí a esta chica de 16 años que se levanta todas las mañanas con ganas de cambiar las cosas. Y es muy feliz o por lo menos intenta creer que no todo seguirá igual siempre. Un día le pregunté si todavía lo amaba, le pregunté muy seriamente, muy preocupada por su persona.
Todavía lloro por él, me dijo forzando una sonrisa, no sé qué significará eso en realidad.
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