martes, 8 de junio de 2010

Silencios Engañosos

La primera vez que lo vimos pensamos que era otro niño rico, como los cientos que hay en toda la ciudad. De esos que tienen padres conservadores y alguna abuelita con descendencia europea. Se nos trucaba todo el plan de intimidarlos porque ellos terminaban siendo los matones. Pero él, era alguien distinto. Nos impresionó todo, desde la facha que tenía hasta su forma de comportarse. Ya no ves a muchos gringos como esos por el colegio, con rulos castaños, el rostro blanquísimo y con piernas tan largas como los palos del arco de fútbol. Se portaba obediente, amigable y al mismo tiempo un poco frío. Las chicas se le fueron encima pero él no se aprovechó de nada, a las semanas terminó siendo nuestro amigo. Pero nada... nunca, hasta nuestros últimos años de colegio, supimos algo privado de él.
Tenía el coeficiente intelectual muy elevado, el pendejo ese, siempre se sacaba unas notas altísimas y todos se morían por hacer sus proyectos con él. Seguía siendo el mismo gringo callado de siempre, era tan inteligente que se daba el derecho de tomar vacaciones cuando quisiera, faltaba si le daba la gana, se escapa de clase si se aburría. En fin, él tenía todo lo que nosotros siempre deseamos. Una parte de nuestras ideas se derrumbaron durante los últimos años de nuestra secundaria. Alucina, nadie nunca sospechó que el tipo estaba realmente trastornado. Fuera de sus buenas notas, su silencio y sus modales, estaba completamente loco, enfermo, nos daba miedo y al mismo tiempo curiosidad. Nos contaba de sus experiencia de chiquito, cuando conoció la Internet y se dio el lujo de investigar todo lo que le dio la gana, así fue que se enteró de las rubias con implantes, de la gente homosexual y de muchas malas palabras en decenas de idiomas. El tipo estaba trastornado, cuando le hablabas del tema, seguía y seguía como si sus conocimientos nunca terminaran. Nos contó de los crímenes más feos de la historia, de las calles llenas de prostitutas en Europa y de películas tan fuertes y enfermas que teníamos ganas de retirarnos a lavarnos el cerebro con detergente Bolívar. Así, con todas sus fantasías y sus arranques de furia cuando se le iba el Internet en casa, él se sacaba las mejores notas de todo el colegio. ¿Cómo hacía? Ni idea, pasamos día y noche pensando en cual era su secreto.
Para rematar nuestra envidia, tomaba alcohol como si fuera agua y fumaba como una chimenea.
Años después nos enteramos que entró a la universidad a estudiar medicina y que durante vacaciones se iba a esos prostíbulos tan famosos que nos contaba cuando éramos adolescentes. Un día me llegó una postal donde una rusa pelirroja estaba sentada en sus piernas y él solo sonreía, siempre perfecto, siempre educado. Hasta con las putas era educado, no podía ser peor.
A cinco meses de terminar la carrera de medicina, alguien se encargó de llamarnos durante la madrugada y con voz fría nos dijo que él había fallecido. Su primo, su tío, no se quién habrá sido, pero sentimos una pena que no tiene nombre. En el funeral, se corrió la voz: Sífilis.
Miramos el cajón desaparecer y por la tarde ya estábamos todos reunidos, tomando tristemente un café bien cargado. Nos sumimos en la tristeza más grande, pero ninguno de nosotros lloró.
Durante el resto de nuestras vidas, cada vez que sentimos el frío silencio, pensábamos en él...

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