La señora H enseñaba literatura en la universidad más prestigiosa de
Alemania. Parecía estar ciega como un topo, pero tenía visión de halcón y oído
de zorra. La mujer era toda una leyenda. Había leído las novelas más
importantes, las nuevas, las antiguas, los libros recién impresos y los que
poseían hongos en sus amarillentas hojas. La señora H había fundado varias
bibliotecas y muchos orfanatos en Berlín, todos poseían una placa de bronce
donde estaba escrito su nombre en letras elegantes y sobresalientes. Era
rarísimo que nadie se las robara aún.
Alemania la amaba. La señora H le pagaba a una joven que la ayudaba en
todo. Le cocinaba y le decía la hora, cuidaba de los cientos dehijos que la
mujer guardaba celosamente en estantes de madera elegantísima. Sí, esos hijos
pequeños polvorientos o relucientes que se habían vuelto la única compañía
que la mujer tenía en éste mundo, de alguna manera.
Cuando la señora H tuvo hijos, uno salió músico y estudió en el
conservatorio, dejando su país atrás para dedicarse a dar conciertos donde
asistía solo la más alta sociedad. Su segundo hijo salió pintor, viajó para
estudiar en La Sorbona e innovó el arte en toda su estructura.
Después del tercer hijo no pudo tener más. No hubo escritores, ni poetas
ni nada delo que siempre soñó.
Su tercer hijo salió hecho matemática pura, cálculo en hueso.
Y la mujer, enfermó de pena.
Req.
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