sábado, 20 de agosto de 2011

Viaje De Luces Blancas

Sentada en el suelo y leyendo Jane Eyre de Charlotte Brontë, me choqué la cabeza contra el librero de atrás y digamos que me dolió, pero no lo suficiente para alarmarme. Anoche me quedé hasta una hora prudente de la madrugada bailando e intercambiando frases triviales con los invitados, charlando con unos amigos también. Comí un pollo a la brasa con mis padres a esa hora y de ahí me fui a dormir, con los pies palpitando de la agotadora felicidad del baile.
A la mañana siguiente estaba estudiando francés, sentada en las butacas negras de la Alianza y con ganas más de dormir que de repasar mi incierto futuro para decirlo cuando me llame la madame Soto. Pido un desayuno en el recreo, un mixto con papas fritas que puede matarme pero es inevitable.La joven que atiende me saluda, me dice que ha llegado tarde y que todo se le ha juntado y yo solo le respondo con una sonrisa y un comentario amigable. Me cae muy bien a pesar de no cruzarme más que cinco palabras todos los sábados. Su cabello es muy suave y su labio inferior me da curiosidad. 
Y entonces, en las últimas horas de la clase nos fuimos a leer a la biblioteca como de costumbre y a la mitad de una escena serena pero desgarradora, mi cabeza se chocó contra el librero de atrás, zona de nouvelles, supongo. No hice caso, lo que no duele pasa desapercibido.
A la hora de la salida tomé un taxi con mi mamá y antes de darme cuenta, me había quedado dormida en el asiento del taxi, con la cabeza colgando hacia un lado y Damien Rice en los audífonos.
Puedo jurarles que en ese corto tramo de Miraflores a Jesús María en donde me mantuve entre los sueños y la realidad, sentí lo que podría experimentarse en el viaje hacia el Cielo. No me refiero a la muerte en sí, si no al Cielo en sí. De vez en cuando abría mis ojos y eran luces blancas del cielo limeño e invernal, algunos árboles y la vibración del taxi que solo me adormecía más. Sentí una paz hermosa y quizás sonreí mientras el camino seguía. Con mis párpados cerrados, mi cuerpo se iba desvaneciendo y yo flotaba en aguas blancas, todo estaba rodeado no por oscuridad, si no por la más blanca de las luces tenues. 
Se rompió el encantamiento cuando mi mamá me movió y me dijo que ya estábamos en casa. Ya en casa, no pude soportar aquel sueño tan extraño y me quedé dormida en el sofá hasta que un amigo que se encontraba muy triste me llamó por teléfono y colgó poco después, dejándome un horrible presentimiento.
Han pasado varias horas, pero yo solo quisiera vivir aquel viaje de luces blancas que pasé en el taxi una vez más.
Fui completamente feliz, después de mucho tiempo. 




B. 

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