sábado, 20 de agosto de 2011

Laurence

Si bien es cierto que nunca fuimos una pareja normal, nuestro final fue igual de mediocre que la mayoría de las historias adolescentes. Nuestra anormalidad como enamorados, fue el hecho que jamás peleamos, no tuvimos escenas de celos ni tampoco discusiones pequeñas por teléfono. Es más, me atrevo a decir que la única violencia que teníamos era cuando me agarrabas de las muñecas en el cine y cuando habían mordidas entre besos de niveles vampíricos. No conté la historia entera en este blog porque no tenía las palabras para hacerlo, estaba muy ocupada pensando en cuando nos veríamos de nuevo a escondidas y qué perfume usaría para que me olieras el cuello y adivinaras si era manzana, pera o champaña de fresas. La última opción era tu favorita, te cuento que ya no uso ese perfume nunca más. 
Aunque sé que en tu casa aprobaban todo este asunto (nunca me aseguré de tu hermana porque una vez la encontré mirándome con mucha duda) en la mía nadie se enteró oficialmente del asunto hasta que viniste a decirme que ya no me amabas como antes y te fuiste después. Entonces esa tarde de Febrero mi mamá se enteró de 'lo nuestro' y no tengo que explicarte que cree que eres un imbécil y todos los adjetivos bonitos que las madres saben usar. Mi papá pudo haber sospechado mucho, pero no indagó el asunto, me dijo que me dejara de huevadas y fuera feliz. Creo que fue el consejo más directo que recibí.  Los meses (ya no me acuerdo cuántos) que siguieron a ese fatídico día en donde lloré en tu delante, te vi partir, me encerré en el baño y lloré en el piso hasta el dolor, fueron de simple ausencia.  Pasé el tiempo de ausencia, comencé a insultarte en todas las situaciones posibles, no lo niego, era parte de la actitud despechada y horrenda que tienen todas las mujeres después del primer enamorado.
Pondría muchas más cosas en esta entrada, pero tengo sueño y estoy de buen humor. Confesiones chiquitas que quisiera hacer porque me hacen mucha gracia es que siempre adoré tus dientes blancos perfectos que se chocaban con los míos en la oscuridad del cine porque no sabíamos besar. Me encantaba tu olor porque era varonil hasta decir basta y cuando lo mezclabas con tus colonias era excitante hasta niveles que ni te imaginas. Me encantaban tus brazos porque tu músculo superior se contraía cuando tocabas violín. Me gustaba esa marca que tenías por el cuello, me parecía curiosa y tus orejas eran alucinantemente hermosas, me gustaba morderlas también. Listo, he terminado. Los detalles inocentes y paganos de lo que te gustaba de mi y lo que nos gustaba de lo nuestro ya son una historia que no puede ser contada, a menos que me lo pida alguien con mucha curiosidad.
Laurence, hombre de quien me enamoré con locura, inocencia y lujuria. 
Espero nunca más volvernos a encontrar y así cumplir con tu último deseo: Olvidarnos mutuamente de nuestra existencia y seguir adelante.
Te confieso que nunca creí en la última cabronada que me dijiste para hacerme sentir mejor. 


Un beso, 
Bárbara. 

No hay comentarios: