Berlín, 2008
Hoy es una noche para ejercitar los ojos. Para sentarme a fumar, aunque jamás lo he hecho como debería, no sé lo que es tragar el humo, esperando que sane con su veneno los agujeros del alma. Me sentaría entonces en la ventana y me pondría a fumar, a fumar y a fumar hasta que se me nuble la vista, hasta que todo sea niebla, hasta que me duela.
Si es que alguna vez llego a sentir un dolor más hondo que éste.
Y tocan boleros en la radio. Yo me pregunto por qué justo ahora tienen que cambiar los tiempos, hay mucho viento, mis dedos se ahogan en nicotina y yo tengo el rostro serio, no soy nada más que el recuerdo que fui ayer y es bueno saber que no estás aquí para observar la desgracia en la que me he convertido.
Aquí en el fondo, el fondo que tú conoces de memoria, con sus caminos, con sus ríos, con sus agujeros, en ese fondo que tanto amábamos antes, ahí es en donde posa la ruina de mí misma. Salgo en todos lados, me saludan extraños en la calle y me felicitan gente de todas las edades, los niños ya me dicen señora y algunos dicen que quisieran ser como yo. Ojalá pudiera detenerlos ¿Por qué alguien quisiera terminar como yo?
Ninguna dicha me hace superar por completo el vacío que me nace, ese vacío con patas, con ojos, con columna, con nervios y con tendones, ese vacío que me consume. Ya no queda nada de mi, olvídate de quién fui, de lo que hice, de lo que dije, porque ya nada tiene el mínimo sentido; no ahora, que he matado lo que era antes.
Escucho boleros y fumo como jamás he fumado. Qué bien que estás lejos, para que no veas el naufragio que ahora soy, qué bien que ya nada te importa, que todo es feliz porque han pasado 20 años y ahora sí puedo creer que jamás nada fue cierto, ni conmovedor, ni real. Algo digno de ser escrito, narrado, llorado a sangre por el resto de la eternidad.
Me parece increíble, porque jamás he fumado de esta manera, qué bien que me morí para ti hace tiempo, debe de ser bueno quitarse ese peso de encima. Cuando mandé esa carta hace años diciendo que sí, que todo estaba bien, estaba dando mi mentira maestra.
Jamás he dejado de sacrificarme para que duermas tranquilo por las noches, después de tantos años.
Pero creo que ha llegado el momento de terminar con aquello. Dejo de preocuparme, dejo de ser la mártir, la mujer que amó, lloró, perdonó y se sienta a esperar.
Se terminó mi teatro, después de 20 años.
Ésta noche, antes de morir envenenada por la ponzoña del cigarro y de tu recuerdo, declaro oficialmente, que no te voy a olvidar jamás y así, sellaré el egoísta sentimiento, de hacernos sufrir por siempre.
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