martes, 26 de abril de 2011

Garabatos Sin Borrador

Cuando la Canaria quedó embarazada nos dimos cuenta que éramos más brillantes de lo que los profesores creían. ¿Por qué? Porque simplemente nos habíamos encargado de aconsejarla de varias maneras, ya sea con consejos tranquilos y la Biblia en la mano derecha o con insultos vulgares a la mitad de las escaleras. A nadie le sorprendió la noticia, la vida de la Canaria era, en una palabra, pública y vergonzosa, los únicos que jamás se enteraron de sus travesuras fueron quizás los mocosos de primer año y los profesores ausentes que a penas la conocían. Oh, pero el resto sí que tenía una idea muy clara como el agua de quién era la Canaria y de lo que hacía. 
No tenemos un punto de origen en esta historia, nadie honestamente se ha preocupado por hacer una línea del tiempo sobre su vida, pero los hechos salen al aire en cada fiesta que hay, en cada chismorreo fatídico y venenoso que se desliza como cobra entre nuestras lenguas. La apreciamos (la apreciábamos), pero el hecho que quedara embarazada fue demasiado. ¿Saben qué? A nadie le dio la mínima lástima, si alguna vez alguien dijo que qué pena que eso haya sucedido, quizás fue un escupitajo de diplomacia y educación. "Perra, ya se sabía que eso iba a pasar" comentaban los hombres, llevándose sus mochilas al hombro y desapareciendo por el pasadizo angosto. ¿Lástima? A mi lástima me da el hijo que va a tener, debe ser malísimo, ella sigue siendo una engreída domina-todo y definitivamente una roca sería mejor madre. Sonará cruel, pero es cierto, hemos gastado muchos años aconsejándole y ella nos ha dado una cachetada revolcándose con el señor no se quién. La verdad es que conocemos al padre, pero ya nadie le habla, nadie le va a dar felicitaciones ni pésames, qué pena pensar que ambos son (fueron) nuestros amigos de infancia.
La Canaria quizás  merecía este golpe fatal en su vida. Cada vez que nos reunimos todos a embriagarnos, a chocar unos vasos de vodka frutal y dar unas ricas caladas al cigarro, pensamos en que no vamos a ver a la Canaria ni a su esclavo sexual nunca más. Vaya, qué raro, dicen los hombres y se tragan un poco de humo, sientan a alguna chica en su pierna libre, qué raro se siente no ver a la putilla esa por acá, qué raro, pues salud, salud por las sanas ¡Jája! Y así pasa la noche y nos emborrachamos y lloramos internamente porque quizás estamos siendo muy malos al aislarla, la Canaria jamás fue una amiga ideal pero ¿De verdad merece que la dejemos como un hongo porque se olvidó de ponerle el jebe a su querido? 
No sé, no me hables de eso, estamos de fiesta, no me interesa. Y así regresamos al colegio a la semana siguiente, nadie dice nada, la Canaria no vuelve a aparecer y nadie habla de ella, ni en clase de matemática ni en clase de religión, estamos hartos de sus problemas. 
Por lo menos somos más pensantes, los profesores siempre nos decían que éramos unos brutos liberales y mira, todos nos vamos a graduar, la mayoría de nosotros castos de pies a cabeza, decididos a ser profesionales y cambiar el país que se va al carajo.
No sé qué será de la Canaria...
La última vez que la vi, compraba pañales en una bodega verde. 

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