domingo, 25 de abril de 2010

No Se Muerde

Mis padres no tenían la menor idea que Sebastián guardaba tremendo secreto. La verdad era que yo, Elisa y Lucas éramos los únicos que lo conocían. Ni siquiera sus propios padres, tampoco lo sospechaban la verdad.
Era un secreto atroz, imperdonable quizás y tampoco se me ocurre una razón de porqué Sebastián decidió convertirse en un personaje tan extraño.
Vino a recogerme, saludó cordialmente a todos y caminamos por la invernal calle hasta el parque trasero, donde habían uno que otro columpio ruidoso y oxidado a los cuales ya ningún niño se subía, resbaladeras siempre húmedas y rajadas con las escaleras viejas. El musgo crecía en todos lados, tenía más aspecto de cementerio que de cualquier otro sitio.
Hacía un frío espantoso y se abotonó más el abrigo negro y largo. Levantó el rostro, con el cabello negro húmedo por la ligera llovizna, la mirada altiva dio una ojeada al lugar y una sonrisa se dibujó en él.


-Hace demasiado frío. ¿Por qué hemos salido?- pregunté,
haciendo fricción con las manos.
-Porque quiero salir.
-¿No podemos regresar a tomar algo, quizás?
-No. Yo quiero estar aquí.

Suspiré. Altivo como siempre, caprichoso como un príncipe joven. Nunca Sebastián había sido alguien humilde, nunca se había comportado como alguien que ocultaría sus sentimientos con tal de no herirte. Era frío, calculador, increíblemente caprichoso. Lo que quería, lo conseguía y nada ni nadie, podría interpornerse. Nos sentamos encima de un pequeño muro al lado de los columpios y te cogiste de mi brazo, causándome un horrible escalofrío. Podía sentir, el helado de tu corazón oscuro y de esa maldad que siempre te dominó, mas nunca me espantaba.
-¿Estás temblando?
-No...
-Siempre has temblado. Eso no me gusta. Ya no lo hagas.
-¿Qué harías si un témpano te agarra el brazo?
-¿Me prestas tu mano?
Le miré, espantada, temblando. No, Sebastián. Ojalá tuviera la fuerza para decirle que no.
-¿Qué pasa, Ana?- preguntaste, suavizando tu voz -¿Miedo de
tu amigo el caníbal?
-No me lo repitas, me da ganas de correr.
-Sabes que no sería capaz de nada, no ahora.
-Me causa escalofríos.
-No tengo hambre, Anita. Solo
préstame tu mano... te prometo que te la voy a devolver.
-S-Sebastián...
Sebastían agarró mi mano derecha con fuerza, estrujándola con sus fríos y largos dedos blancos. Se la llevó al rostro, olisqueó profundamente todo lo que pudo, rozando con sus labios el reverso de la palma, los nudillos...
Clavando sus invernales y negros ojos en mí, se llevó mi dedo meñique a la boca y sentí el roce de sus blancos dientes.
Retiré mi mano ahogando un grito y Sebastián comenzó a carcajearse en tono bajo.

-¡Ay, Anita! ¡Anita! No confías nada en mi.
-No vuelvas a hacerlo.
-Nos veremos después del almuerzo. Me has abierto el
apetito.
Se despeinó y jalando mis dos muñecas me dio un beso en la mejilla que se confundió con una mordida reprimida. Sebastián me mandó un beso volado y desapareció entre la niebla matinal.
Nadie me mandó a aceptarlo, nadie me obligó a continuar viéndolo después de enterarme que la carne humana le producía tanto placer. Mi amigo el caníbal... nadie me obligaba a dejarlo controlarme.
Pero Sebastián regreso al domingo siguiente.
Y nunca hice nada por evitar, sus suaves olisqueos.

3 comentarios:

Poeta745 dijo...

Saliendo de la historia XD, perdón.
¿Por qué cambiaste la canción a la de Silent Hill, me traumó Xd XD?

Requiem dijo...

Era el antiguo playlist de mi blog, decidi hacer un ligero cambio, como "regresando a lo de antes" xD!

Poeta745 dijo...

oks DX XD