sábado, 2 de junio de 2012

Verborrea En Plasma Gris

No llegó a perderse la luz rara que dormía en tus ojos de invierno triste. A veces todavía puedo encontrar lo poco que queda de ese brillo huérfano cuando se te pierde la mirada entre la nada y las imágenes que flotan dentro. Algo así como los rastros que quedan en una taza de té por la mañana, cuando hace frío y todos estamos solos. 
No llega a perderse aquel brillo que tiembla entre la tristeza y la sonrisa, simplemente descansa. En momentos así es cuando comprendo que hay razones por las cuales la luz nunca se apaga. 
Y esas razones están tan lejos, tan guardadas con llave y candados hechos de acertijos. Tener la luz tan cerca, encerrada entre la iris de Versalles y la sombra cansada del insomnio. 
Ni llorar ni maldecir, ni orar ni reír. 
La sombra no puede tragarse la luz, no esta vez. Hay una muralla de sueños, realidades y marcas que siempre las separará, así como las amarguras se separan unas de otras. 
Y cuando sientes que una amargura puede convivir con otra, podrías creer que es el amor, pero qué es el amor si no otro acertijo raro, tan presente en una respuesta interrumpida como en un aleteo de felicidad.
Si hay algo bello en la muerte, es cuando entre las cenizas y el polvo de los pasos, uno se muere de amor.
No llegó a perderse la luz rara que dormía en tus ojos de invierno triste, aunque la muerte rondaba por tus esquinas y se tragaba de a pocos tus sueños por las noches. No llegarás a abrazar a la oscuridad, ninguna niebla de ciudad atrapará el silbido armónico de tus palabras y aunque todos estemos muertos, seguirás de pie entre todos los que somos tan desdichados, tan náufragos y hechos pedazos.
La Luz rara se duerme entre tus pasos.
Y aquí desde el otro lado del puente yo solo observo, porque los que estamos tan muertos, solo podemos amar a los vivos de lejos, en secreto e imaginar entre la niebla, que también somos amados.

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