La madrugada se come mi sueño a mordiscos enormes. Mientras escucho a mis padres dormitar y escribo sin remordimientos de consciencia por el sonido casi bélico que tiene un teclado a estas horas, pienso que esta noche me gustaría soñar algo especial.
Solamente cuando mi cerebro se duerme y mi organismo se apaga (aunque está comprobado que seguimos funcionando a toda máquina mientras dormimos) las cosas pueden fluir libremente sin miedo a absolutamente nada. En mis sueños o por lo menos en el 10% de ellos que estoy condenada a recordar, puedo abrazar a las personas sin pensarlo dos veces, voy a visitar a aquellos amigos que se desvanecieron por falta de tiempo y excusas medio reales medio falsas relacionadas al trabajo.
En algún sueño arrojado de esta semana, mandaría al cuerno los horarios y me retiraría a beber vino y hablar en verso hasta el amanecer sin temor a regresar con taquicardia y el cerebro hecho un vómito de unicornios. Hay cosas que siempre han estado dentro de mi cabeza, pero el puente de la sinapsis hasta lo que escriben las manos y lo que dice una boca es largo, escabroso, preocupante y terrible.
Si de verdad es cierto y tal puente existe, el mío suele estar hecho pedazos y con ladrillos mordidos por la tristeza y el olvido.
Hay emociones mías que nunca voy a comprender del todo, pero en realidad ese es el punto. Si pudiéramos comprender las cosas en todos sus detalles, ya no tendríamos nada que hacer en este mundo, mucho menos en el otro. Si alguien comprendiera qué es el amor o el odio y haría una definición universal que todos tuviéramos que obedecer, las cosas serían mucho peores que ahora. La magia de la incertidumbre, de no saber a dónde ir ni qué sentir.
Algo como cuando se me acelera el pulso ante la presencia de ciertas personas y una hora después estoy intentando explicármelo aunque sé de antemano que no es posible. Bella es la sensación de no saber.
Desde hace unos meses me persigue la idea que voy a morir pronto, ya sea de amor, de tristeza o de mis ganas plenas de contradecir a la vida. Siempre yo y la vida hemos estado jugando a las paradojas y al tres-en-raya; nos encanta contradecirnos. A este paso, estoy segura que terminaré viviendo cien años.
No tengo sueño, pero si me tiro a mi cama, pido por las almas solitarias de este mundo y cierro los ojos, estoy segura que pronto las horas habrán pasado y todo continuará como de costumbre.
Tengo que entregar un ensayo de dos mil palabras para el día jueves.
Adivinen quién le ha perdido el miedo y el respeto a las tareas.
Con infinito amor,
Req.
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