martes, 5 de junio de 2012

Escenas De Un Siglo

Las personas aplauden cuando se termina la función. Alguien recoge las flores, coge el micrófono y se dan las gracias al director, todos miran al personaje principal y estallan en más aplausos. Definitivamente, no hay nada que entretenga más al público que ver a una persona arrancarse la piel de a pocos bajo las luces amarillas y el dolor dulce, casi de nicotina pasada, que tienen los escenarios del teatro. 
2010. Chiarella. 
No piso un escenario desde julio del año pasado, pero sigo actuando. 
Aunque no hayan aplausos ni flores manoseadas rodando cuesta abajo entre los tablones, sigo actuando con la misma horrible facilidad que causó admiración, risa y llanto en los viejos tiempos. Esta actuación es como un secreto, un guión que cambia todo el tiempo y a veces quisiera saber qué mente extraña y solitaria es la que lo ha escrito.
Con el tiempo, los aplausos han sido reemplazados con silencios y sonrisas, pero el público siempre será igual de ingenuo, nunca van a cambiar y nunca verán mas allá de la piel hecha jirones que arrastramos los que cambiamos, saltamos de una línea  a otra, nadie nos ve, nadie nos oye, pero todos nos aplauden y todos creen en las historias. 
O por lo menos fingen hacerlo.
Para ellos el silencio es mudo y el llanto es triste, la risa es causada por una gracia y una sonrisa por el susurro de una alegría fugaz. Pero todo es un acto, el número favorito del público, lo que la audiencia busca, un poco de emoción. A los que tan vacíos estamos, siempre se nos pide constantemente un poco más de emoción, como si desbordáramos simpatía por los ojos en lágrimas invisibles de cristal. 
Todo es parte del acto, todo es el número interminable, nadie, el público está para aplaudir, tirar flores, reírse de la risa, llorar del llanto. No piso un escenario desde julio del año pasado, pero el público sigue aplaudiendo con la misma desagradable expresión en la mirada que solo pide más, un poco más de emoción, un poco más de inspiración para llorar un rato, conmoverse, ser felices y cerrar la puerta del auditorio, dejando las historias atrás. Una vida en el teatro, un guión sin numeración.
Cuestionen todos los silencios, cuestionen las risas, no confíen en la sonrisa que aparece bajo la luz invernal, desconfíen de todo lo que se presenta en la escena de un siglo que no tiene escenario. 
Que alguien marchite mi guión hasta hacerlo pedazos. 
No soy más de lo que pretenden las tristes líneas de esta obra de teatro .





Requiem 








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