viernes, 22 de junio de 2012

Cenizas

Había algo peculiar en su forma de caminar. Una caída del caballo le había partido un hueso en la pierna izquierda en algún verano de su pasado y su leve cojeo se lo recordaba todos los días. Fuera de sus huesos rotos y su olor a flores de cementerio, su fragancia que flotaba entre la muerte y la felicidad, él tenía muchas cosas peculiares. Todos creyeron que murió de viejo y porque la Demencia se lo tragó desde adentro a tal punto que se olvidó de comer, quizá hasta de respirar y fue por eso que lo encontraron tieso en su cama, con los ojos abiertos y una sonrisa rara colgándole del rostro. No fue así, las historias se escriben de manera diferente, él estuvo muerto todo este tiempo pero las personas son un buen público en el teatro y el arte de actuar era, es y seguirá siendo una maldición increíble. 
Cuando él murió tenía pedazos de vidrio colgando de la planta de los pies. La piel se había desgarrado como papel y quedaban pocos dedos entre la sangre púrpura, casi negra y que en su tiempo fue roja, rojísima. Quedaba un poco del dedo gordo y desviado hacia la izquierda, las uñas habían desaparecido. Alguien que pasó por ahí, dijo que lo había visto romper espejos a patadas, intentando llegar al otro lado como quien cruza un arroyo triste. 
Una de sus alas se había despellejado por completo y la habitación estaba llena de plumas blancas, negras y rojas. De su omóplato derecho salían unas raíces oscuras que caían por su espalda fría como una cascada de algas, un manojo de hebras y el ala sangrante descansaba en el suelo, haciéndose ceniza bajo el sol de la ventana. Una herida abierta mantenía el ala derecha unida a la piel frágil, cuarteada por la sal de la brisa y los años que pasaron; entre los tendones y los hilos de piel, se podía observar una luz extraña, como el parpadeo de una estrella. 
Murió sonriendo, abrazando su cuerpo maltrecho y golpeado por la tinta de sus historias. Alguien que pasó por ahí dijo que rió a carcajadas antes de irse, rió por horas, tapándose los oídos y chocándose contra las paredes de la habitación dejando las sombras de su sangre sobre los muros blancos. 
No murió de viejo, no fue tocado por los años que nos consumieron al resto de personas que lo observamos desaparecer. Murió así, con un ala mutilada, temblando de dolor y de placer, de alegría y de amor hasta que cayó al suelo, herido y contento. Cerró los ojos y lo único que dijo fue "Hoy retorno a mi hogar", antes de que su cuerpo se volviera nada más que roja ceniza.


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