martes, 6 de julio de 2010

Parte Prima

Regresaba del colegio con la mirada llena de ese brillo triste, dirigida hacia su propio reflejo en las lunas de los edificios. Esa silueta caminaba lento por la calle hasta llegar a la puerta de metal despintado de todas las tardes y tocaba el timbre. Dejaba su mochila a la mitad del pasadizo sabiendo que alguien se tropezaría en cualquier momento. Almorzaba sin decir más que palabras complicadas, suspiraba, jugando con el arroz blanco que nunca terminaba por pleno desgano. Se quedaba en su habitación el resto de la tarde, sin extrañar el contaminado aire de la calle, a las personas que la saludaban y ella no recordaba. No había nada más en esas frías tardes después del colegio que la ventana un poco abierta, las gafas encima de un libro que había leído ya siete veces y una canción acústica en la radio que solo ahondaba sus sentimientos.
Estaba tan apagada, tan gris...
El cielo color llave metálica amenazaba con una lluvia fina que terminaba en empapar las calles como mangas de niña sensible. Ella se sentaba a mirar las paredes, la calle que se volvía más brillante y al mismo tiempo más oscura. No tenía números de teléfono, no tenía nada que le arrancara esa sensación de estar tan apagada. Tan gris...
Y en ocasiones se ponía esas botas negras que detestaba por ser tan modernas, se rociaba perfumes franceses, de olores frutales, florales y de bebidas alcohólicas como si eso fuera a espantar la nube de tristeza que cubría de pies a cabeza. Desde sus ojos negros y brillantemente tristes hasta las manos cansadas de escribir y de marcar números que carecían de sentido.
Entonces él, la pensaba durante las tardes, deseando que la pesadilla terminara, intentando hallar el final del comienzo. Ignorando, el hecho que ya era muy tarde.
¿Quién fue? ¿Quién en éste maldito universo, le mando a sentirse tan extraño? ¿Quién le mandó a sentirse identificado con cada canción, cada frase, cada encuentro accidental, en medio de esa triste ciudad? Triste ciudad y triste ella, que corría y corría sin darse cuenta a donde iba. Usando esos perfumes agradables que nunca iba a poder regalarle y ropa que le quedaba muy bien, pero ella, terca, insistía en ocultar sus gracias. Insistía en sentirse disminuida de vez en cuando, de no atreverse a mirar a los demás por miedo a que notaran una debilidad que ocultaba con un don teatral sorprendente.
¿Quién lo mandaba a preocuparse tanto? Quizás, esa parte sensible y compasiva de su personalidad, ese lado que siempre se mantuvo lejano de todo.
¿Quién era ella? Maldita sea ¿Por qué se sentía triste hasta el borde de las lágrimas de la nada?
Comenzó a sospechar, desde la soledad de una ventana...
que ambos tenían una conección que iba más allá de lo simple.
De lo absurdamente simple.


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