jueves, 29 de julio de 2010

Correr

Clara llevaba el cabello recogido siempre, incluso cuando dormía. Tocaba el piano tres horas diarias sin quitar los ojos de las partituras, casi sin respirar, con el pequeño rizo rozándole la ceja izquierda y las manos blancas como mármol deslizándose mágicamente por las olorosas teclas. Su mamá se encontraba cocinando pasta mientras observaba el último capítulo de su novela cuando Miguel llamó para decirle a Clara que todo había terminado, que las cosas no funcionaban y con un agradable tono finalmente dijo "Aún podemos ser amigos".
A las cinco de la tarde comenzaba a tocar el piano, con la espalda recta, los ojos fijos en la partitura, las piernas quietas y la mente concentrada. Clara se sentó, tomó aire y cerrando los ojos comenzó a tocar "El vals del minuto" con la misma paciencia de siempre, ya se la sabía de memoria, no había ningún problema. A veces resultaba irritante que la llamaran a todos los cumpleaños de sus tías para tocar, al final siempre felicitaban más a su mamá que a ella. Veinte segundos después de haber comenzado, debajo de las finas manos de Clara nació una equivocación letal, una nota invasora, algo tan detestable que arruinó la magnífica pieza de Chopin y la joven del cabello recogido se quedó fría, con las manos temblando encima del piano blanco. Se escuchó un sollozo y se puso de pie, presionando violentamente las notas que seguían. La llamada de Miguel había comenzado a afectar su concentración y lo peor de todo... su capacidad de tocar. Clara miró su reflejo que comenzaba a tornarse lloroso en la ventana y a pensar en cómo había sido todo. Después de tres años de relación, las cosas se habían terminado abruptamente. "El cabello siempre recogido, Clarita, así me gusta a mí" decía Miguel sonriendo en las largas caminatas nocturnas "Siempre te lo quiero ver así". Y ella obedecía porque se sentía admirada, se sentía bonita. Clara se acurrucó en la pata del piano mientras lloraba desenfrenadamente, con el rizo en la ceja izquierda y la eterna voz de Miguel ocupando el lugar de las notas de Chopin. "Además Clarita que yo ya tenía otra relación, no puedo contigo, aún te falta mucho... pero aún podemos ser amigos, Clarita. Acuérdate... el cabello siempre recogido... se acabó".
Clara se puso de pie, presa de una violencia que nunca antes había sentido, la piel le quemaba y era presa de una taquicardia que amenazaba con tumbarla al suelo en cualquier momento. Miró de nuevo su reflejo y con una furia sin nombre se soltó el cabello, que rodó por su espalda hasta cubrirle la espalda, sintiéndose liberada por fin de todo recuerdo del pasado, de todas las veces en que había obedecido tontamente. Bajó las escaleras corriendo con el cabello meciéndose esponjosamente, abrió la puerta temblando y corrió hacia la calle sin saber a donde iba. Sentía el viento frío chocándose contra sus mejillas y las lágrimas calientes derramándose mientras la voz de Miguel se iba desapareciendo con la velocidad.
Clara corrió, nadie sabe hasta donde. Corrió por la lluviosa ciudad que antes había detestado por su contaminación, corrió sin destino, sin bajar la velocidad, dejando atrás su habitación, su piano, sus partituras arrugadas y el teléfono descolgado tirado en el suelo.
Clara corrió.
Y nunca se detuvo.

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