sábado, 19 de mayo de 2012

La Niebla En Lima

Alguien o algo ha guardado todos mis libros en cajas de ubicación desconocida. Los estantes están ahogándose en el polvo del tiempo y solamente abrigan textos que nunca me gustaron, como aquellos libros de auto-superación y de cómo tener amigos que mi papá solía regalarme hace años, en su intento máximo por expresarme su más sincera opinión sobre mi.  Una sensación de desesperación se apoderó de la habitación y me quedé diez minutos mirando el librero polvoriento, buscando un trozo de Víctor Hugo en alguna esquina, algún poemario de García Lorca descansando bajo el recuerdo de sus versos adoloridos de una noche de teatro que me marcó el corazón con amargura. 
No, no había absolutamente nada y todo se volvió niebla en segundos. 
El frío de este invierno de Lima que recién viene a tragarse a la ciudad y a sus tristes hijos atraviesa las paredes, la niebla de las mañanas devoran los árboles, escupen sus ramas, chocan contra las luces apagadas de la autopista y por ahí hay alguien regresando a casa, pensando en vacíos, en agujeros y en paredes blancas.
Pero nada como las paredes de Lima que se abrazan a las cicatrices de personas que más allá de estar heridas, caminan desangrándose por las calles, ignorando las úlceras de su interior.
El frío de la ciudad me congela mientras duermo, cuando despierto, cuando voy a dormir y pienso en la muerte pero más que nada, se mezcla con mi propio frío y juntos, hacen una sinfonía hermosa. Me detengo a escucharla, dejo que me toque, me abrace, me desgarre la piel a jirones y así, hasta que un rayo de tediosa luz me arranque de raíz la sensación de estar en paz.
Mi violín duerme en su estuche, la risa me ha dado la espalda. He pasado toda la mañana del sábado en cama, mirando el techo, escuchando a la patética de Beethoven y queriendo estallar de risa cuando mi papá entró pensando que estaba llorando y me preguntó si podía ayudar en algo. Dulce y amarga, triste y dulce es la sensación en esta casa llena de personas en donde estoy más sola que nunca y mis libros, mis amigos, están encerrados en cajas como animales. 
El sol no ha salido hoy día, ni dentro ni fuera de estas paredes. Me queda el libro de un amigo bajo la cama, mi pintura terminada que llora tristezas cada noche cuando la observo antes de dormir y mis partituras hechas polvo encima del atril. 
La niebla de esta ciudad se come mi alma a mordidas gentiles, nos observamos cada mañana, entra por las ventanas por la noche y mientras duermo, se mete dentro mío por las orejas, por debajo de las uñas y por los ojos. 
Y al despertar, no soy más que niebla, la niebla hecha persona, la tristeza que se arrastra. 


Con amor, 
Requiem. 



1 comentario:

~Vero~ dijo...

Cada cosa que describis, la describis tan mágicamente :')