miércoles, 23 de mayo de 2012

Flor


Cuando los niños del barrio corrían calle abajo en sus bicicletas de colores y la llamaban a gritos accidente, ella solo miraba su cuerpo lleno de cicatrices. Sentada en la bañera, recordaba lo mucho que tuvo que correr aquella mañana para llegar a casa. Como cosas raras, su cuerpo desnudo y lleno de marcas se distorsionaba bajo el agua que poco a poco adoptaba un color rojo agrio, desagradable, pero era lo único que le quedaba.
Levantó las rodillas que salieron a la superficie como colinas accidentadas. Recorrió con los ojos la cantidad innumerable de tajos y manchas blancas de piel muerta que adornaban sus piernas como un mapa. Siguió los caminos largos y desordenados que eran sus cicatrices hasta que se perdió en el agua roja y ella no se atrevió a ver más allá por miedo a perderse.
Un ardor rápido como mordedura de serpiente le recordó el tajo largo, profundo y fresco como una pintura que le partía la pantorrilla derecha en dos. Devolvió sus  piernas a la profundidad del agua roja y suspiró.
El silencio denso y desagradable de los baños solo podía ser comparado con la música muda que tienen las pesadillas.
Una mujer alta de caderas anchas que se ocultaban bajo un vestido floreado y sobrio interrumpió su recorrido por los caminos e hizo añicos el silencio del baño con un grito de horror.
Como una muñeca partida, sintió que la sacaban de un tirón de la bañera y la llevaban desnuda hasta la puerta en donde tres mujeres de blanco la cubrieron con una toalla que pronto también se volvería roja, tan roja como la cicatriz recién nacida en su pantorrilla.
            -¿Qué es un accidente?
            -¿De dónde sacaste esa palabra?      
            -Me dijeron que soy uno.  

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