Después de poner el tocadiscos nos quedamos tumbados mirando a las musarañas, labor muy interesante para otro viernes de verano, de cielos anaranjados y helados de colores. Aire tibio, eso es lo que se busca después de un invierno tan crudo y pasado, de esas tardes después del colegio tan aburridas y llenas de fantasmas de aburrimiento.
La música antiquísima despertaba muchas memorias, quizás de infancias incompletas o una que otra filmación con manchas sonoras y quemadas.Afuera las calles se iban apagando, dándole espacio a la loca noche, al libertinaje de Enero y sin embargo, ninguno de los dos se movía.
La música antiquísima despertaba muchas memorias, quizás de infancias incompletas o una que otra filmación con manchas sonoras y quemadas.Afuera las calles se iban apagando, dándole espacio a la loca noche, al libertinaje de Enero y sin embargo, ninguno de los dos se movía.
Parecía una comunicación telepática, la música sonaba y sonaba, nadie decía nada, salvo el vocalista. Extraño, me ponía a pensar, que haya llegado el momento en donde se nos acabaron los temas.
Quizás no era así. Quizás solamente había llegado el momento de callar, de esperar, de disfrutar del silencio por primera vez, porque hasta el silencio tiene un significado y uno muy grande. En éste caso, yo solo podía sentir la paz, paz de atardecer y de música vieja de tocadiscos. Habían unos vasos encima de la mesa con restos de jugo, un olor frutal inundó el ambiente. Sentí entonces que tarareabas una vieja nana, mi nana.
Apoyé mi cabeza en ese tibio hombro tuyo...
...y así, nos quedamos dormidos.
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