martes, 16 de noviembre de 2010

Demencia

Meses antes de convertirme en lo que soy ahora yo tenía una vida normal. ¿Si quiera puede decírsele a una vida normal? ¿Es en serio? No sé que entenderán ustedes con normal, quince años cumplidos en un maldito día de Junio, una fiesta en donde ninguno de mis amigos (¿Eran mis amigos?) fue y donde me mimaron con toda clase de regalos para que me olvidase de mi triste existencia. Y es cierto, porque mi existencia es triste, no tiene sentido, es la cosa más efímera y maldecida que ha podido tener éste mundo alguna vez, no tengo pena en admitir lo salvaje de mi origen, lo ilógico. Mi madre me abrazó toda la noche tratando de calmarme, porque me deprimo en mis cumpleaños, al día siguiente tenía colegio y mi fobia escolar no ayudaba en nada. Mis padres nunca entendieron de verdad qué era ésto de la fobia escolar, creían que todo se basaba en mi flojera (?) por ir al colegio, leer, calcular y hacer vida social. Siempre he sido un introvertido, un antisocial, asquerosamente solitario, a pesar del dolor que me causaba ver a todos jugar.
Es que soy un enfermo, nada más.
Iba, me tropezaba como siempre en las escaleras, gracias a los cabes de mis compañeros del colegio. Me insultaban en cuanto me veían, nunca les pregunté porqué y pedir que se detuvieran era acabar vomitando sangre como siempre. Yo no quería, la sangre es metálica, sabe mal, muy mal. Mis cuadernos pintarrajeados con palabras obscenas eran mis únicos amigos en ese entonces, valían más que todas las basofias que me rodeaban, malditos todos los que se burlaban, los que me miraban con pena y no podían hacer nada ¡Porque no querían, porque les divertía mi agonía, malditas porquerías! Y así fue pasando el tiempo, fui pensando en qué hacer, ya me aburría de tanta violencia, de ser un objeto para patear y escupir.
Regresé a mis tiempos de silencio, mis notas empeoraron, los profesores también me odiaban. Todos me odiaban, todos me odian, todo el mundo está en mi contra, porque yo siempre he estado y voy a estar solo. Los miraba todo el día, analizaba a dónde iba, qué hacían y cómo reaccionaban, mi plan estaba en proceso, iba a haber una fiesta antes de Navidad y todos estaban invitados.
La primera fiesta de mi vida en donde iba a divertirme de verdad.
¿Y mi vida era normal? No sé, no me importa, de todas maneras. Solo sé que era infeliz, soy infeliz, siempre lo seré porque la soledad te vuelve un loco, el hecho de no hablar de verdad, de mantener una doble vida. El niño bueno de mamá y el enfermo burlado y escupido del colegio. ¡Ya basta, por favor, déjenme! Y todo en vano, tantos gritos gasté para que nunca se detuvieran... pero sé que se divirtieron. Todos tuvimos una fiesta ¿Verdad?
Pasado los meses me levanté un lunes feliz y besé a mi madre en la frente, miré a mi papá con poca compasión, él era el que menos se interesó en formarme, en decir cómo defenderme, qué hacer cuando la sociedad vuelve tu vida una basofia total. Alisté mis cosas, partí al colegio en silencio, por fin el oxígeno no me dolía, los ojos no me ardían, estaba tranquilo, muy sereno y sobretodo, complacido con la fiesta de esa mañana. Entré, me tropecé como de costumbre y aguanté durante media hora la sorna de mis compañeros. Fue así, hasta que sonó el timbre y me acerqué a cerrar la puerta con seguro. Me preguntaron qué hacía y nunca llegué a responder.
Recuerdo el sabor metálico, asqueroso pero satisfecho de la sangre de mis compañeros en todo mi cuerpo. Fue como una ducha, un bálsamo, sentirla que me hacía bien, ya era hora que se callaran, solo se escuchaban balazos por todos lados, olor a aceite, llanto, lágrimas y sangre, sobretodo, aquel líquido tan anhelado. Intentaron forzar la puerta, interrumpiendo mi éxtasis de placer, pero no lograron abrir. Todo estaba yendo muy bien, perfectamente bien, ya nadie iba a molestarme ¿Ves, mamá? Pude defenderme, pude ser el hombre que siempre quisiste que fuese, tranquilo, sin iras contenidas. Las sirenas de la policía inundaron mis oídos y me quedé ahí, de rodillas, a la mitad del salón asfixiado en cadáveres frescos, ojos abiertos, vísceras pegadas en las paredes y charcos debajo de mis pies. Me toqué el rostro, manchándome como un salvaje, cerré los ojos y me abandoné a la música de la policía, de la paz infinita, muy buena.
Mi padre ha sido el único que se ha olvidado de mi. Soy otro, mi vida ya no es normal, si es que alguna vez lo fue, vivo aislado, en silencio, alimentándome de mis fantasías y mis buenos recuerdos de aquel día en donde la fiesta fue un éxito total. Todos nos divertimos, finalmente como amigos.
Aunque no quede nadie, a veces me gusta pensar, que hubiera sido tierno tener un amigo de verdad...






Continuará, pese a la adversidad...

1 comentario:

Ramón Mejía dijo...

O dios! qué relato... me tocaste el alma... sabes? habemos muchos chicos incomprendidos, que no nos dejan tener una identidad de la cuál valernos para crecer... que va! Esto es una demencia... Si escribes así, te sigo con todo gusto.
Besos desde mi Túnel oscuro...
:D

Psd: Yo tampoco sé si llevo una vida normal! a ver si me visitas! :)