Decidí entonces, sentarme al borde del pequeño muro de la terraza, con los pies en vaivén, con la posibilidad de caer cinco metros abajo e interumpir a los niños susuki que tocaban el violín con un ánimo inagotable. Qué lindos desafinaban, esos enanitos perfumados, con sus clases individuales y las loncheras de plástico al lado del estuche. Cómo me gustaría tener un hijo violinista, quizás pianista, no sé... artístico hasta el tuétano, así me gustaría que fuera, el único heredero de todo.
A cinco metros del huerto del colegio, muchas cosas pasaron por mi mente. Ni idea, prefiero pensar en los sueños del futuro que en las tonterías del presente. El estreno de la obra, mi nueva participación en la orquesta, mi violín desafinado que no tiene quién lo arregle para los ensayos del domingo... el hecho que siempre me estoy muriendo de hambre.
Y también de sed. Anoche tomé mucha sangría, con pedazitos de dulce manzana que nunca consumí, mi papá es el que se come la fruta, siempre, desde siempre. Dormí como lirón en clase, ensayé como salvaje por la tarde y en ese momento, meditaba como si no tuviera algo mejor que hacer, a cinco metros del solitario huerto, con los desafinados, con el frío de miércoles de una primavera limeña, tan triste, tan desubicada...
Tengo dieciséis. ¿Es en serio? ¿Así de rápido pasaron los años, que ya me duele algo la espalda, que ya tengo miopía y recuerdos que valen la pena? Las cosas no fueron tan malas ¿No? No lloré, no me sentí mal por el clima, tampoco por las clases, el cansancio, las pseudo-prostitutas aristócratas o por la aparición de la Domadora de Caballos, mi nuevo personaje, mi villana sorpresiva. Aquella mujer tan misteriosa.
Cené, bebí, hablé por teléfono y dormí. Setenta y cinco felicitaciones y otras llamadas telefónicas, promesas de libros y cosas tecnológicas. Me basta, estoy satisfecha, no he pasado un mal natalicio después de todo. Las cosas no están perdidas.
Yo solo sé que tengo dieciséis y que me creo mi edad, como nunca, cronológicamente siempre, por supuesto.
Aún sigo riendo cuando mis amigos pasan y con una palmada en la espalda me dicen "Tendrás quince o dieciséis, en fin... tú siempre pensarás a la antigua, como abuela sabia".
He sobrevivido a éste cumpleaños.
Definitivamente, me queda mucho por recorrer.
Pero primero, bajarme del muro, porque ya me dio vértigo.
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