Desde aquí puedo sentir el olor de la sopa que se está cocinando. Pero hoy será diferente, no tengo ganas de tomar sopa. Ha sido un día cansado, lo admito, me la he pasado silbando una antigua canción de country todo el día y deseando llegar a casa para tomar una larga siesta, y olvidarme de todo por unas cuantas horas. Me he probado unos pantalones que antes me quedaban anchos, y ahora me encajan perfectamente, esto no puede estar bien. Prefiero no pensar en eso por el momento, hay mejores cosas. Como la caja de chocolates que hay a mi lado, o el abrigo rojo que estoy usando, que huele a colonia de hombre por haberlo lanzado a un famoso torero hace un año. De repente me doy cuenta que casi me quemo los pies por presionar mucho una bolsa de hule que contiene agua hirviendo, estrategia para combatir el gélido ambiente que invade todo el país. Comienzo a silbar de nuevo, y pienso en todo lo que ha pasado hoy. ¿Qué podía esperar? Es lunes, y los lunes siempre tienden a ser algo monótono, aburrido y sobre todo, un gran día para pensar en los acontecimientos de la semana que va a venir. ¿Habrá más exámenes? ¿Me resfriaré de nuevo? ¿Seguirá lloviendo todos los días? Nadie lo sabe, y de repente los millones de preguntas dentro de mi cabeza son interrumpidas, porque me doy cuenta que mis pies se queman de nuevo.
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