miércoles, 27 de julio de 2011

Lilian

Hace más de diez años, recuerdo que Lilian corría graciosamente entre los pasadizos del hotel, con sus uñas del pie pintadas de distintos colores, con sandalias que olían a fruta y un traje de baño blanco, espléndido y que resaltaba sus juveniles formas, haciéndola ver unos años mayor. 
Pero claro, a los 17 años, todas las adolescentes como Lilian son codiciables y en su mayoría, simplemente utópicas, quiméricas, como una fantasía hecha realidad. Yo lo sabía porque caminaba, con mis mangas largas, mis sandalias negras y mi poca actitud despampanante y veía a los viejos bajarse las gafas negras en la piscina cuando la veían cruzar, a los muchachos codearse y relamerse como animales y a algunas señoras, negar lentamente con la cabeza, como quien se lamenta por el futuro de aquella pobre criatura desinhibida ¿Dónde estaría su madre? En esos momentos, en algún espacio llamado cielo gracias a un conductor ebrio y a una noche de lluvia.
Pero Lilian no era consciente de los dolores, la tristeza era algo lejano, innecesario y que solo sentían los viejos. A los 17 una no debe de estar consciente de la pena, pensaba echándose bloqueador en los brazos delgados, eso es para gente abandonada. Y entonces Lilian sonreía a los señores que pasaban, se encogía los hombros y me buscaba con la mirada detrás de los lentes de sol. Así pasábamos las tardes de verano, en vacaciones, esos meses que nadie podía quitarle, pero de vez en cuando, Lilian me preocupaba. A las semanas del final, comenzaba a gritar por las noches, a temblar, a lucir menos feliz.
Y cuando iniciaron las clases, se le fue la luz, el uniforme, siempre bien puesto y seductor, solo la hacía ver más decadente. En la escuela Lilian no era más que un símbolo, una imagen, un sustantivo que iba al lado de adjetivos como zorra, perra, golfa, prostituta. Regresaba llorando por las tardes y yo la acogía, le secaba sus lagrimones calientes, pobre criatura, no tienes la culpa, la vida te hizo así, un padre abusador, una madre muerta, solo me tienes a mi y a Dios, en quien lamentablemente no crees. 
Han pasado, como ya dije, más de diez años desde esos años de secundaria. Lilian se viste de negro y de gris, de blanco y de crema, taconea por el tribunal y todas las miradas se voltean, la barren y se relamen, así como hace años.
Pero ya nadie juega con ella. 
Me sonrío y todavía la observo. Lilian ha cambiado tanto, ya nadie la hace llorar, ya nada la conmueve.
Ha dejado de ser una niña.
Se parece mucho a su madre.  

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