martes, 2 de marzo de 2010

No Estoy Molesta... Solo No Me Gusta Sonreír

Podía saludar. No era tan difícil acercarse a decir un simple "Hola", a levantar la cabeza cuando ella lo mirara para no tener que decir nada... por más que eso le pareciese demasiado maleducado. Los segundos pasaron y Sofía desapareció, él solamente pudo mirarla y quedarse con la boca abierta, como una estatua, como un imbécil, como algo inerte... pero sobretodo, como un gran imbécil que le dominaba aún la timidez, con todos esos años cumplidos ya.
Fue entonces que le tocó retirarse y en el silencio del atardecer regresó a casa como todos los sábados, agarrándose de los contaminados fierros de los micros, harto y hasta asqueado de leer los correos electrónicos que la gente escribía en los asientos, rotos y plastificados. Le quedó entonces el resto del rojo atardecer para deprimirse, por su cobardía, por el ambiente tan común y triste que le rodeaba cuando regresaba a casa. Unos niños se subieron a cantar un huayno conocido que guardaba un mensaje lastimero. Mientras ellos se acercaban al estribillo, él se echó a llorar.


No se saludaron. Había pasado otra tarde en el mismo lugar, así como el sábado anterior y el chico de la mirada subterránea no la había saludado. ¿Se había vestido mal? Quizás no le sonrió como debía, no le contestó, no se atrevió a dar ese maldito primer paso que todas las mujeres dan en las películas gringas y eso era detestable. De todos modos... ella no podía sonreír. No por ninguna clase de disgusto o de mal genio, nunca podía sonreír con una gran sonrisa resplandeciente. Además que sus dientes no eran tan blancos, su sonrisa no era agradable a la vista, por lo menos no para ella. Había intentado de todas las maneras posibles que funcionara, pero siempre encontraba mejor cerrar la boca, ya no valía la pena seguir intentado sonreír como las demás.
¿Pero porqué no se habrían saludado? ¿Acaso no se habían los rostros durante más de un año? ¿Acaso no sabían sus nombres y sus edades? ¿Entonces cuál era el gran problema? Solo podía preguntarse cual era ese enorme espacio en blanco entre los dos, ese abismo de silencio tan incómodo, tan ajeno y tan triste.
Llegó a casa por la noche.
Un par de horas antes que llegaran las doce, recibió un mensaje de él donde decía:
"Hola. Solo quería saludarte.
Dulces Sueños,
si es que no estás durmiendo ya"

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