Tenía un fuerte terror a caerse, porque su corazón estaba rodeado de espinas y si tropezaba, moriría en el instante. El hombre del corazón negro dormía todo rodeado de sus libros, como un niño que se aferra a sus muñecos porque cuando es de noche y las personas sueñan, estamos nosotros y todo lo que no queremos ver. Él reía con sus dientes tan blancos, tan brillantes como su mirada perdida de distracción eterna y una tristeza tan profunda que cuando lo miraba, podía sentir la pena llenando los pulmones como el agua cristalina, densa que tienen las personas incompletas. Lo conocí en el intermedio del invierno cuando nos moríamos de frío y el tiempo pasaba lento entre los árboles que se caían a pedazos y las voces de nuestra mente que nunca se callaron. Nací así, me decía, desde que soy pequeño no puedo caerme como quisiera ni chocarme contra las paredes, poco a poco comenzaron a crecer más las espinas, como ramas dentro de mi cuerpo y si en algún momento caigo, quizá me muera.
Y mientras él guardaba un viejo libro comido por las polillas en su mochila yo le pregunté si a veces no le dolía, si una que otra espina no se escapaba. Me sonrió bastante triste y me dijo que le gustaban mis manos, manos de escritora, pero nunca le dije que me gustaba escribir. Lo habrá descubierto por sí solo, a veces me decía que algunas personas tienen los versos y las historias escritas en la mirada y de cerca se ve esa ortografía anómala y bella que tienen los años que pasaron.
Y así, ahogándome en su densa tristeza cada vez que nos observábamos por horas sin hablar, él y yo pasamos el tiempo de invierno. Paséabamos por el bulevar después de un té en la pastelería de siempre, intercambiábamos gafas y libros, medidas de miopía y risas interrumpidas por el ruido de la ciudad. Fue el mejor invierno de todos. Decidió mandarme una carta diciendo que se iba a buscar por el mundo cómo quitarse las espinas de encima y lloré, mientras iba a buscarlo con el papel estrujado en la mano derecha.
Por qué tenía que irse de esa manera, le dije, por qué empeorar el invierno que ya hemos vivido desde siempre. Y me miró, tan triste como siempre y dijo que lo sentía, que quizá las espinas estaban comenzando a comerse su corazón, a enredarlo de ramas. Dame un abrazo, me dijo, abrázame. Y yo fui sin pensarlo y me escondí en sus costillas, en su cuerpo que era puros huesos e historias, olor a niebla con manchas de tristeza.
Suspiró tembloroso y cuando lo solté, vi las lágrimas rojas rodar por sus mejillas pálidas y sonrió por última vez. Así fue que terminó nuestro invierno, yo apoyada en el marco de la puerta, llorando de tristeza mientras él sonreía y se desangraba en mis brazos, tiñendo de rojo oscuro el mejor invierno, el último invierno, de nuestras vidas.
2 comentarios:
Lindo Texto, lleno de ternura, me encanta tu block y la forma como te inspiras en el.
felicitaciones???
Un abrazo, un abrazo lo quiebra todo.
Estar consciente de que uno va a morir, estar consciente de que cada segundo, cada instante cuenta como si fuera el último. Inhalar el aire fresco y saber que aún no es el momento. Empero, ¿cuándo acabará este insoportable dolor? El desdén y la indiferencia que le di al futuro hoy me golpean, me hacen sufrir de tantas maneras.
Lo peor es, en realidad, tener que soportar el pánico que surge en mi mente, de saber que la muerte está cerca, y viene con su hoz a arrancarme la cabeza.
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